Capítulo 32

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FRANCESCA

El frío del suelo contra mi mejilla es la única sensación alivio que tengo en estas cuatro paredes de metal. El calor es insoportable y la deshidratación lo hace peor.

El fino hilo de luz natural que se cuela por debajo de la puerta es la única señal que tengo para diferenciar el día de la noche, pero en cuanto a tiempo... perdí la noción de él hace bastantes días cuando me desmayé por tercera vez, no tengo un conteo exacto, pero estimo que llevo entre diez y quince días en este sitio.

Mi cuerpo no está resistiendo como antes y puedo notarlo, será la anemia o el cansancio de los años en esto, pero inclusive creo que el menor descuido me puede llevar a la muerte.

¿Realmente merezco esto? No lo sé, merecía una sanción y de eso estoy segura, pero esto no es un castigo, es venganza pura. Me golpearon, lo hicieron durante los primeros cinco días y no fue suave, tampoco vinieron de a uno, me golpearon en masa y sin derecho a defensa, lo único que pude hacer fue ponerme en posición fetal en una esquina para proteger mis órganos vitales mientras los golpes no cesaban hasta que perdía la conciencia.

Pasos, eso es lo que logro percibir, pero no tengo fuerzas para levantarme del suelo, luego escucho el metal de las cadenas del candado al otro lado de la puerta y sé que alguien va entrar, pero es solo uno, lo sé por la sombra que cubre el hilo de luz.

El chirrido del metal al abrir la puerta me lastima profundamente los oídos, pero es la vista mi mayor dolor cuando la claridad entra. Cierro mis ojos rápidamente ya que al estar en absoluta oscuridad durante tanto tiempo me ha vuelto sensible a la luz.

—¿Estás viva? —una voz masculina se hace presente.

Es extranjero, puedo notarlo en su acento, pero nunca antes lo había oído. Debe ser un soldado nuevo.

Al no responder, se agacha frente a mi, lanza una bandeja de metal al suelo y pone sus dedos en mi cuello para sentir el pulso.

—Si esto fuese una misión estarías muerto —murmuro y mi voz se escucha rasposa dada la falta de agua.

—Hueles de la mierda —se pone de pie y patea suavemente la bandeja a una esquina.

—Perdón, pero tengo que mear y cagar en una esquina —me defiendo.

Eso es lo peor del castigo, no tengo permitido ir al baño por lo cual mis necesidades las hago aquí mismo y ni yo me aguanto mi olor corporal.

—Oh, ¿deseas bañarte? Haberlo dicho antes. ¡Chicos! —exclama—. ¡Ya pueden entrar!

Mis ojos se mantienen cerrados, no porque quiera, realmente me lastima muchísimo la luz, pero al escuchar sus palabras el temor inunda mi cuerpo y sé lo que se viene.

—No, no, no, no... otra vez no, por favor —las pisadas de los demás soldados viniendo hasta mi se escuchan cada vez mas cerca.

—Pero si es lo que pediste —se burla—. Tranquila, esta vez será solo un baño.

Gateo hasta la esquina del cuarto intentando escapar, pero no hay salida, todos están aquí.

—Buen día, cariño —me habla uno al cual le reconozco la voz—. Hora de la limpieza.

Rápidamente comienzan a mojarme con cubetas de agua fría y mi cuerpo tiembla al instante, pero la verdadera tortura llega cuando me mojan con una manguera similar a la de los bomberos cuya presión es dolorosa en cualquier dirección de mi cuerpo a la que apunten.

Me lastiman, joder, si que lo hacen ya que el contacto directo del chorro con partes de mi cuerpo que fueron previamente golpeadas es una tortura. El agua no está fría, está casi congelada, tanto que quema y duele, duele muchísimo...

Última Batalla de Roma | [Roma #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora