Capítulo 25

3.7K 534 302
                                    

FRANCESCA

Turnos. De. Mierda.

En este punto pienso que la vida apesta, no puede ser posible que haya estado veinte horas parada delante de una puerta vigilando que mi ex no se escape.

Alguien me decía hace una semana que esto sería así y no lo creo ni de coña, pero aquí estoy, luego de dos turnos y medio, con sueño, hambre y una «tregua» que me propuso Alec para no jodernos cada vez que nos vemos.

Honestamente no creo que dure mucho ya que mi sarcasmo no se quita ni con jabón y su genio de mierda no desaparece ni con magia, pero lo que si me llamó la atención fue cierto acto de madurez ya que me lo imaginaba sentado en una esquina abrazando sus rodillas balanceándose de atrás para adelante gritando «La,la,la,la,la» cada vez que le dirigiera la palabra así que es un paso.

Pero no le dedicaré más tiempo en mis pensamientos, ni siquiera para reírme de él así que lo dejo atrás junto a la BSGI y a pesar de mi cansancio, sonrío abriendo la puerta de mi hogar.

Por fin veré a mis hijos y según las horas que trabajé, me toca un día y medio libre solo para estar con ellos.

—¡Llegué! —anuncio.

El griterío se hace presente y proviene desde la sala así que avanzo hasta allá.

—¡Mami! —me gritan mis tres angelitos.

—¡Tía Fran! —me recibe Chloe al mismo tiempo.

Los cuatro van a abrazarme y me agacho extendiendo mis brazos lo más que puedo para que caigan todos en el abrazo.

—Extrañé mucho a mis cuatro bebés. ¿Cómo se han portado?

—¡Bien! —gritan en respuesta.

—Laya no se quiso comer toda la comida —la acusa Sebastián.

—Mami, no tenía más hamble —se defiende como si fuese algo grave.

—No pasa nada, cielo. Tú come hasta donde tu pancita pueda.

—La pancita si pudo para el helado —la vuelve a molestar Sebastián e intento ocultar mi risa.

—Ya déjala, mi bebé tenía hambre de helado —le doy un beso y cuando Edan junto a Alía se me pegan al rostro para que también los bese mi sonrisa desaparece de golpe.

—¿Que pasó? —le pregunto a Sebastián enseguida.

Él intercambia miradas con Katya y mi preocupación aumenta. Alía tiene un moretón enorme en el pómulo derecho y si bien a veces suelen lastimarse al jugar y les quedan marcas, nunca algo tan grande.

El intercambio de miraditas me confirma que algo más pasó y eso no me gusta.

—Sebastián —repito—. ¿Que pasó?

—Nada muy importante, fue un accidente y ya lo solucioné.

—Katya —me dirijo a ella porque la respuesta de mierda que me dio Sebastián no me sirve.

—Katya, no —le advierte Sebastián.

—Es su mamá, no le voy a ocultar las cosas —le responde ella.

—Mami, un niño mayol me pegó —la vocecita de Alía se hace presente. Cierro mis ojos y cuento hasta diez para razonar.

—¿Te dolió mucho, mi amor? —acaricio su cabello ocultando mi enojo.

—Si, llolé mucho y mi tío Seb me dio un heladito.

—¿Qué pasó? —le insisto a Sebastián—. Última vez que te lo pregunto.

Última Batalla de Roma | [Roma #3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora