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Todavía se respiraba con precaución en el Hotel Lizardi. No había policías entrando y saliendo, como tres días antes, pero el hecho de que los baños femeninos del lobby se mantuvieran cerrados era un recordatorio permanente de que cosas atroces ocurrieron allí.

Jugueteaba con la tarjeta que el policía italiano me dejó, mediando si debía llamar y contarle de la llegada de el señor Ginoble y sobre el incidente en el bar. Después de todo, hablaron de la mujer cuya muerte investigaba Barone.

―¿Qué tienes allí? ―inquirió Claudia con una sonrisa pícara― Déjame ver.

Sin dejarme responder, me arrebató de los dedos la tarjetilla. Eché un vistazo por el lobby, asegurándome de que no estuviera nadie. Mi compañera me miró, sus enormes ojos azules estaban llenos de preguntas. Eran dudas a las que no quería ―ni debía― responder.

―¿Qué es esto Adriana? ―su voz sonaba seria― ¿Quien te la dio? ¿Quién es Piero Barone?

Todo rastro de diversión se esfumó de su rostro en menos de un segundo. Yo no terminaba de saber por qué. ¿Era tan serio el asunto? Bueno, sabía que lo era. Pero, mi amiga me hacía sentir como si yo fuera parte de todo ese lío, como si fuera más que un testigo accidental.

―Me... me la dio uno de los policías que llegaron a apoyar. Ellos, los...

―Los italianos ―completó. Su cara se veía bastante preocupada―. ¿Pertenece a uno de ellos o... es de su jefe?

La conversación fue interrumpida por la llegada de una huésped que recién se instalaba. Mi compañera se acomodó como era debido en su escritorio y discretamente deslizó la tarjeta al mío. Susurró un "después hablamos" que me dejó muy pensativa el resto del turno.

***
―¿Cómo van las cosas con tu nueva casa?

Claudia y yo habíamos salido a comer juntas. Por lo general no sucedía, puesto que no debíamos dejar la recepción sola, pero decidimos que era un buen momento: no llegaba demasiada gente y desde el comedor del hotel podía verse perfectamente si alguien entraba en el lobby. Pretendíamos recuperar la conversación que quedó pendiente un par de horas antes.

―Todo bien ―respondió ignorando el hecho que ya habíamos charlado acerca de ello la semana pasada―, Félix sigue sin trabajo y, bueno, ha hecho toda la mudanza.

Félix era su esposo, se habían casado tres meses antes. Yo seguía pensando que era un completo idiota que se aprovechaba de la rubia, pero al menos por esa ocasión había servido de algo y ordenó lo que se convertiría en su hogar. No era el punto de la conversación, pero quería dar largas al verdadero motivo.

―¿Ya le contaste a tu mamá de lo tuyo con Fabián? ―contra atacó.

―No, ella... ―sabía lo que Claudia pretendía. Era momento de ir al grano―, no hay nada entre Fabián y yo. Querías que habláramos, ¿no es así?

―Sí ―dio un sorbo a su bebida de limón―. Adriana ¿tú... sabes qué es la DIA?

La respuesta a su pregunta era más que obvia. No tenía ni la más mínima idea y, sin saber por qué, no pretendí investigarlo antes. Di un trago a mi café, sabía amargo. Añadí dos cucharadas, esperando que endulzara un poco la situación.

―Me imagino que no ―continuó―. Es la Dirección Antimafia de Italia.

¿Qué has dicho?

―¿La qué?

―Lo que oíste. Creo que... que no debes involucrarte con esas personas. Suficiente tenemos con una víctima aquí.

Las palabras de Claudia hicieron que me recorriera un escalofrío por todo el cuerpo. ¿Ella hablaba de la Mafia? No podía terminar de entender, me parecía imposible. Ni Lorenzo, ni Margherita, ni Alessandra lucían como personas que tuvieran que ver con eso. Al menos eso quería creer.

Firenze 37Where stories live. Discover now