8

6 1 0
                                    

Wattpad me ha estado eliminando las cursivas y a veces borra el espacio entre los párrafos. No se si es cosa de la app o de mi ordenador, espero pronto tener solución. De momento lo dejo así para recordarme editar después.

Btw, lamento mucho la demora, hay unas cositas que quisiera contarles al finalizar este capítulo. Gracias por esperar.

_________________

Durante ese mes, las reservaciones en el Hotel Lizardi disminuían constantemente. Pareciera que las personas empezaban a creer que la dirección Florencia número treinta y siete estaba maldita. Incluso mi jefa se había comprado un boleto de avión para trasladarse a otro lugar, decía que no soportaba estar un día más en la ciudad.

Se lo comenté a Emilio el día que nos reunimos para ponernos al tanto de la situación ―un día previo al encuentro de Barone y mi jefe―. Me pareció curioso que fuese domingo, y que el lugar donde nos veríamos convenientemente fuera su casa , aunque me aseguró que tanto Miranda como los italianos estarían allí. Y sucedió, luego de una hora.

Yo había llegado puntual al sitio que me envió por mensaje de texto, tomando precauciones debido a mis constantes retrasos. Se trataba de una casa ―un tanto vieja― en la zona norte de la ciudad, supuse que pertenecía a sus padres o a alguien que le permitía vivir allí.

Hasta el segundo timbre, alguien atendió a la puerta. De la Rosa se miraba muy diferente cuando no vestía ropas para trabajar. Apenas me permitió entrar, pude echar una ojeada a su casa y a su atuendo. El lugar, como su fachada indicaba, era de aspecto rústico con toques de modernidad aquí y allá. En especial en la cocina, a donde me hizo pasar.

Por tanto nerviosismo, me figuraba las peores escenas dentro. Llegué a pensar incluso que me esperaba ya una sierra eléctrica para rebanarme los huesos. En cambio lo que vi fue a Emilio en ropa deportiva con un delantal preparando aperitivos y horneando una torta española.

―Me gusta la cocina ―comentó al notar mi interés―. La teniente y los otros se retrasaron, parece que encontraron información acerca de la cuarta persona.

―¿La cuarta persona? ―inquirí, todavía turbada por el cambio de planes.

―Sí, ¿ya no te acuerdas? ―sacudí la cabeza en negativa― Domenico Ginari.

El de los papeles... en la habitación de Ginoble.

―Cierto, ya recuerdo.

Las banalidades surgieron mientras mi ex compañero aderezaba una ensalada. Después cortó un par de sándwiches por la mitad y los puso en un plato grande.

―¿Tienes hambre?

―No.

Él rió sacudiendo la cabeza.

―Siempre de tan pocas palabras, Adriana. Vamos a mi estudio, todavía tengo que explicarte unas cosas.

Me guió por un pasillo en cuyo final se divisaban las escaleras. Había sólo dos puertas, una era el estudio y la otra no me molesté en averiguarlo. Entramos, de inmediato el olor a papel se coló por mis fosas nasales. Era también un lugar moderno, que desentonaba con la aparente longevidad de la casa.

Un escritorio en la esquina dominaba el lugar, tanto éste como el resto de los muebles era de color negro, ya fuese madera, metal, tela o cuero. Detrás de él estaban unas repisas y a la izquierda, en la misma pared que la puerta, un pizarrón con numerosas hojas y recortes pegados. Había un sillón y una mesita. Lámparas de demás conformaban el resto del lugar.

Me hizo sentarme en un sillón individual que acercó a su escritorio. Había una foto en la que podía verse a Emilio y a otro hombre abrazados. A sus espaldas, la torre Eiffel dominaba el panorama.

Firenze 37Where stories live. Discover now