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El Restaurant Cecil no era el tipo de sitios que yo solía frecuentar. Lejos de sentirme cómoda en ese ambiente, estaba aterrada de ver cómo llegaban personas cada vez más ataviadas.

Claudia me había dicho que lucía excelente con mi vestido azul marino ceñido al talle. Conforme la noche avanzaba sentía que vestía como una pordiosera. La incomodidad comenzó desde que bajé del taxi y pregunté en el recibidor por Gianluca Ginoble. Ese hombre poseía la habilidad de lucir siempre elegante y adoc para cualquier ocasión. El traje que llevaba encima se veía costoso, además de encajar extraordinariamente bien con él.

Debí hacerle caso a Claudia, ¿cómo fue que ni siquiera me molesté en usar algo de base?

Cada paso que me acercaba a la mesa hacía que me sintiera pequeñita. La situación me intimidaba... y tenía miedo. Emilio de la Rosa me aseguró que alguien estaría allí cuidándome las espaldas, pero yo no lograba vislumbrar a nadie conocido. ¿Y si algo pasaba?

¿Y si Ginoble se da cuenta?

Maldije internamente en todos los idiomas que conocía. ¿En qué diablos me había metido? Un sitio como ése sólo podía costearlo alguien con mucho dinero, por lo tanto, el señor Ginoble parecía poseerlo. El problema era, ¿de dónde lo obtenía?

Buona sera ―saludó apenas me vio llegar.

Como todo un caballero, se levantó de su silla y ofreció su mano para luego estrechar la mía sin mucha fuerza.

***

―Tienes que contarme todo.

Me encontraba en mi habitual puesto de trabajo, había tenido que llamar a mi mejor amiga para consultar un par de cosas con respecto a la correspondencia. Llegó publicidad de los proveedores y no sabía qué hacer con ella, ¿guardarla, botarla, enviarla a quien fuera que se encargara de administración?

Claudia no me permitió preguntar nada, apenas atendió el teléfono clamó por un resumen de la noche anterior: la cita con Ginoble.

A veces me incomodaba su entusiasmo, pero no podía culparla. Ella no estaba al tanto de la gravedad de mi situación. No era un coqueteo común, se trataba de uno forzoso y existía la posibilidad de estar en peligro.

Me sentía sola. No podía contarle todo lo que ocurría porque sería involucrarla a ella también, y porque toda la información era confidencial. Tampoco podía ir a llorar por la decepción que Fabián Quiroga me había causado.

―Prometo que iré a comer a tu casa hoy ―aseguré―. Ahora dime, ¿qué hago con todos los boletines?

―Tiralos a la basura.

Apenas colgué el teléfono, timbró nuevamente. Respondí como lo hacía habitualmente y una voz alegre se dejó oír al otro lado de la línea:

―¿Qué tal tu cita ayer Adri?

―¿Por qué no marcas a mi celular, Emilio? Pod...

―Lo siento ―me interrumpió―. Necesitamos que vengas nuevamente a la oficina.

La oficina seguía siendo la habitación adaptada en el edificio de Relaciones Internacionales. ¿Tan poco presupuesto había que no podían disponer de un lugar decente en alguna comisaría o cualquier otro sitio del departamento de policía?

Bufé molesta por la interrupción.

―Sí ―respondí―. Emilio, necesitamos hablar...

Déjalos aquí, gracias ―hablaba con alguien más―. Perdona nuevamente; pero claro, podemos hablar cuando vengas hoy. Barone pasará por ti.

Firenze 37Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt