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Retomé mi comida con Claudia tres días después de la fecha acordada. Para mi mala suerte, Félix se encontraba en casa disfrutando el fin de semana. Pareciera ser que yo tampoco le caía bien y que sólo ebrios éramos capaces de soportarnos.

―Pero ya pasó una semana y no han sabido nada de la muerte de Falcó ―negaba incrédula mi amiga al tiempo que subía en un banquito su casi recuperada pierna―. Uy, y qué decir de la pobre Alessandra... ¿Margherita cómo está?

Carraspeé. Desde su partida no sabía nada de ella.

―No tengo idea, se fue.

―Debió ser muy duro para ella, primero su hermana y luego el sobrino... No, no, ¡qué terrible!

Bebí de mi taza de café. Había muchas cosas que sabía, mismas que yo misma había averiguado. Ni siquiera le conté acerca de la primera noche que dormí en la habitación de Ginoble y encontré las hojas. Mucho menos podía decirle lo que descubrí después.

―Adriana ―continuó― ¿te acuerdas de que Margherita decía que su hermana tenía pareja? ¿Supieron algo de él?

¿Que si sabíamos? El sujeto en cuestión se marchaba temprano y regresaba tarde con el fin de evitar que fuese yo la persona que recibiera y entregara su llave.

―Sí ―me atreví, aún dudosa―. Era... era Fabián.

El marido de la rubia dejó escapar un "Já" burlón en mi dirección.

―¡Félix! ―riñó ella. Me miró con ternura... ¿o con lástima?― ¿Cómo te enteraste?

Observé cómo ponía crema de cacahuate a una rebanada de pan de caja. Sonreía mientras llevaba a cabo la acción, aguardado por mi respuesta.

―Me reencontré con un amigo del bachillerato, trabaja en el caso de Alessandra.

La sorpresa en el rostro de Claudia ―y Félix― no se pudo ocultar. La razón por la que encajaban tan bien juntos era que amaban oír y hablar cosas de las personas a su alrededor, toda clase de especulaciones, sin importarles que fueran faltas a la verdad en demasía. En pocas palabras, eran una pareja chismosísima.

―No me contó mucho ―agregué de inmediato como un intento por arreglar mi supuesta fuga de información―, no puede. Me dijo eso porque estuvimos hablando y le conté sobre él... dijo que no valía la pena.

―Vaya ―exclamó el cuarentón.

―¿Y te dijo algo más?

Negué con la cabeza:

―Secreto profesional.

***

Esa misma tarde me reuní con Emilio de la Rosa. Me había citado porque estaba al tanto de mi disgusto con Boschetto y con su jefa. Todo parecía indicar que me esperaba una reprimenda de su parte, y seguramente terminaría por ofrecerles mis disculpas.

Golpe bajo para mi orgullo.

Nuevamente estábamos sentados a la mesa de su moderna cocina pero esta vez son bocadillos. Era su castigo, privarme de las delicias culinarias que sabía preparar.

―Te mandó a regañarme, ¿no es así?

―¿Qué? ―el policía se acomodó en su asiento y me dedicó una sonrisa burlona. Le gustaba saber que tenía el mando―. No seas infantil, Adri.

―¿Y entonces? Me llamaste y me dijiste que viniera a tu casa ―mi desesperación engrandecía su burla―. No creo que sea para pedirme disculpas por lo del argentino.

―¿Es eso? ¿Estás enojada conmigo por eso? No podía decirlo, es secreto profesional.

Me lo suponía.

Firenze 37Donde viven las historias. Descúbrelo ahora