Capítulo dieciocho: Seamos realistas.

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Las conversaciones se amontonan en mi bandeja de entrada. Aparecen más y más mensajes de mis amigas, por el grupo y por privado. Todas ellas tienen palabras de felicitación. Acaban de notificarme que el single va a ser certificado como disco de oro y que pretenden hacer un proyecto a largo plazo conmigo. Del shock, me he quedado quieto en medio de la cocina, con el teléfono en la mano, sin dejar de mirar la pantalla, pero sin hacer absolutamente nada más que eso. La cena ya debería estar fría. Pero qué más da.

—Acaban de decirme que el single es disco de oro —digo en voz alta, para que el moreno que se sienta a mi lado y que no deja de mirarme expectante tenga todo el contexto que se merece.

—¡No jodas! —Pega un chillido, abriendo mucho los ojos, sonriendo tanto como su boca le está dejando.

—Y que, si quiero, están dispuestos a hacer un contrato indefinido... Me han hablado de grabar un disco. De un disco —repito, sin terminar de creérmelo.

—¡De un disco! ¡Madre mía, Asier! Pero eso es increíble. —Noto el aliento de mi novio en mi nuca, seguido de sus brazos envolviéndome con fuerza—. ¿Por qué no estás tan emocionado como deberías? —Para en seco, sin dejar de achucharme.

—¿Esto está pasando de verdad? —Me giro entre sus brazos, mirándole a los ojos de golpe, sintiendo cómo en los míos se agolpa un líquido agridulce.

Me desborda el miedo del pecho, y ni siquiera sé por qué.

—Sí, cariño. —Toma mi cara en sus manos, apartando un par de mechones de pelo que se habían caído en mi frente—. Créetelo, está pasando. Y vas a petarlo. Y voy a estar para ver cómo llenas todos los conciertos de tu gira. Y todo el mundo te va a adorar. Y vas a ganar premios. Y vas a vivir de la música, como siempre has querido.

—Alex... —Su nombre sale en un sollozo, así que, cuando todo estalla gracias a sus palabras, me rompo.

—Bebé... ¿Por qué lloras? Si esto es algo bueno. Después de todo lo que has tenido que pasar, estás aquí. Ya estás dentro, cielo.

Me acuna en sus brazos, con tanta suavidad que sólo consigue que llore aún más. Me retumba el pecho en el compresor ante las convulsiones, y odio estar en aquella posición, porque dificulta aún más la entrada de oxígeno a mis pulmones. Odiaba lo que sentía ahí, justo entre el costillar, ese exceso de carne que, sin quererlo, inconscientemente, me iba quebrando cada día un poco más de la confianza que hubiera podido ganar en mí mismo. Si ni siquiera me quiero yo, ¿cómo va a ser posible que los demás me quieran? ¿Qué hacía yo en la industria musical, si no soy capaz ni de hacerme una sesión de fotos completa ni para la portada de un single?

Las dudas me atacan de golpe, todas las posibilidades, todas las maneras en las que aquello podía acabar mal. 

—No sé si es de emoción o de otra cosa —susurra en mi oído, acariciándome el pelo mientras yo me escondo en el hueco de su cuello, buscando la calidez que voy perdiendo por momentos.

—Creo que es todo un poco. —Me separo ligeramente de él, secándome las lágrimas con el dorso de mi mano bajo su atenta mirada—. ¿Cómo es posible que esté pasando esto?

—¿A qué te refieres? —Su ceño fruncido, sus ojos brillosos, la confusión y el orgullo entremezclados.

—A que no sé si me lo merezco. O sea —paro, tratando de poner en orden primero mis pensamientos—, sé que es una buena canción y que está ayudando a la gente, y eso me está encantando... Pero ¿cómo es posible que alguien como yo tenga un hueco en el mismo mundo en el que está Alma? Hay gente increíble ahí fuera, cantantes y compositoras que hacen cosas con las palabras y con la voz que yo ni siquiera soy capaz de soñar... ¿Y me están diciendo que yo puedo estar ahí también?

Historias inacabadas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora