Capítulo nueve: ¿Qué hacemos aquí?

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—Pues creo que es hora ya de deciros que... —Rebeca hace una pausa dramática, comiéndome los nervios a mí—, la fecha que se os ha asignado es el dieciocho de mayo. La semana que viene ya podréis anunciarlo.

—¿¡En serio!? —No quepo en mí de la ilusión, es en dos semanas.

DOS SEMANAS.

—¿Estás contento? —pregunta Alma, con los ojitos achinados al verme dando saltitos en el sofá por no poder hacerlo por todo el estudio.

—¿Que si estoy contento? ¿¡Que si estoy contento!? —Le cojo por los antebrazos, encarándome a ella—. ¡Estoy alucinando!

Es sentir esa energía, la alegría compartida, la euforia del momento y ver cómo se le cierran los ojitos al aumentar más su sonrisa, me tiene el corazón dando botes en el pecho y lo acerco al de la cantante. Queda entre mis brazos, mi cuello acoge su cabeza y el suyo la mía. Aprieto el agarre al comprobar lo reconfortante que es aquello. Ella pasa sus manos por mi cadera en una leve caricia. Al ver que no tengo intención de separarme, me estrecha más contra sí un breve momento y deshace en enlace. Salgo de la burbuja al ver la risa ligera de nuestros acompañantes.

—Qué coño, venid aquí —digo, abriendo los brazos para darles un apretón a la representante y al productor.

—Qué suelto estás tú hoy, ¿no? —Interrumpe Alma.

—¿Te has quedado con ganas de más? —Alzo la ceja, retándola, a lo que responde del mismo modo.

Nos enzarzamos en una batalla silenciosa, de las que hablan por sí mismas y de las que sabemos que no va a salir nadie vencedor. Sin embargo, justo cuando pienso que las cosas parecen poner la balanza a mi favor, baja los ojos y me saca a la fuerza del trance. Podría contar como victoria, pero todos sabemos que ha sido más bien una derrota en toda regla. 

Desde aquel día en el karaoke, hacía ya casi dos semanas que se sentían como una eternidad, la tensión en el ambiente no hacía más que crecer. Los dos lo ignorábamos, porque para bien o para mal, cada uno tenía bastante con lo suyo. Pero nadie a nuestro alrededor podía negar que generábamos una especie de ambiente eléctrico. Podía, si prestaba la suficiente atención, escuchar el mobiliario danzar a sus anchas a lo largo del espacio por la fuerza magnética que nuestro campo gravitacional creaba. Podría, incluso, recorrer mentalmente el camino que hacían los electrolitos en mi sangre y que, sabía a ciencia cierta, andaban en busca de una muy distinta.

Nos despedimos de los acompañantes por el respeto que se han ganado y sigo, embaucado como me había tenido desde el principio, el cuerpo de Alma. Apenas disimulaba ya, aunque intentaba controlarlo. Pero cuando aparecía, como hoy, enfrascada en una blusa blanca semitransparente y pantalones que se ajustaban de manera literalmente perfecta a las curvas aún más perfectas de sus piernas, las miradas caían solas. Luego me obligaba a cerrar los ojos y apartar aquellos pensamientos de mi cabeza, porque tengo novio y estoy enamorado de él. Pero supongo que hay algún instinto natural. Tampoco es que le haya dicho nada, no se me ocurriría. Pero ya es un tema personal.

—Creo que dan un premio si dejas de mirarme el culo. —Me atraganto con mi propia saliva al escuchar aquello de ella, comenzando a toser por lo imprevisto del asunto—. Chico, respira, que era una broma.

Duda entre acercarse a mí y darme palmaditas en la espalda. Acaba por hacerlo, aunque con cara de susto.

—Bueno, aquí cada uno con sus cosas. —Me río, porque la situación se está dando un tanto cómica.

—¿Qué quieres decir?

—Pues que yo me asusto porque tú eres muy directa con las palabras, pero luego eres tú la que me mira como si te hubieran pillado en mitad de un asesinato por tocarme un poquito.

Historias inacabadas.Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt