Capítulo veintitrés: Así.

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Amanda Seyfried comienza a cantar aquella canción tan sugerente. Mis labios se abren en busca del aliento que están a punto de perder, conocedor de la escena que se avecina. Escucho un leve suspiro a mi izquierda, por el rabillo del ojo, veo a Alma agarrarse fuerte al cojín que tiene entre los brazos. No me contengo y, con una sonrisa ladina, giro el gesto hacia ella, a tiempo de observar el rubor en sus mejillas, bien disimulado por el maquillaje, y la manera tan atragantada de bajar la saliva por su nuez. Su mirada se cruza con la mía y nos dedicamos una sonrisa extraña con un sabor amargo de no saber qué hacer, aunque deje evidente lo que queremos. Nadie mueve un músculo más, y la película sigue sucediéndose ante nuestros ojos.

—Joe, macho. Es que siempre lloro en esta parte, no importa cuántas veces la vea —digo, tras quitarme una lágrima rebelde que se escurre por mi mejilla izquierda.

—Me pasa —responde Alma, con la voz empastada, abrazándose aún al cojín.

—Es que, ¿cómo va a cantar Meryl Streep así de bien?

—O sea, ¿con qué derecho va y le dice que el ganador se lo lleva todo? —sigue mi juego—. En plan, ¿cómo no se le rompe el corazón al decir que solo ha venido a estrecharle la mano? No puedo, no puedo. —Sorbe por la nariz al tiempo que echa un suspiro por la boca, con el llanto contenido.

Las cajitas en las que venía nuestra comida están tiradas por la mesa de café, las bebidas y los palillos, sin ningún orden. Nos hemos puesto a ver "Mamma mia!" mientras cenábamos, y ahora estamos cada uno en una punta del sofá. Ella, encogida sobre una almohada que ocupa todos sus brazos, y yo cruzando los míos, con los pies apoyados en el borde de la mesita de centro. De vez en cuando la miro, en mis partes favoritas, y comentamos todo el rato la película, pero no nos hemos atrevido a ir a más. Después de la cálida bienvenida, hemos entrado en un bucle de timidez muy poco propio de nosotros, y nos limitamos a sonreírnos cada vez que nos pillamos las miradas a hurtadillas.

La película termina, y con ella, nuestra excusa perfecta para no tener que enfrentarnos a la inevitable conversación que nos espera. Porque ambos sabemos que no podemos tirarnos toda la noche evitando hablar de lo sucedido. Yo, por lo menos, entro en un estado de pánico previo en cuanto se acaba la escena de créditos y Alma resopla entrecortadamente. Me atrevo a dirigirle la mirada, sin cambiar la posición en la que me he mantenido durante todo el largometraje, ella aún no levanta la vista de la pantalla, que ahora remite únicamente el título de la película.

—Bueno... —rompo el silencio, tratando de tragar una saliva que ha salido huyendo despavorida de mi boca.

—Bueno... —repite ella, en el mismo tono.

—¿Tienes agua?

—Sí, claro.

Le falta tiempo para levantarse del sofá y escabullirse en la cocina. Al volver, con una botella de agua y un par de vasos, se queja del poco desorden que hemos dejado en la mesita de centro y comienza a recogerla, sin dejarme ayudarla. Cuando entra de nuevo en la estancia, pasea durante unos segundos su mirada por ella, quizá buscando alguna actividad que nos mantenga de nuevo en terreno seguro. No me gusta por dónde va el hilo de mis pensamientos o, lo que es peor, del suyo, así que trato de hablar, aunque es ella la que se adelanta primero.

—Siéntate por fav...

—¿Vemos la segunda parte? —decimos a la vez.

—No quiero ver la segunda parte, Alma —me sale el tono brusco, mucho más enfadado de lo esperado, así que calmo mi posición tensa al ver el miedo asomarse por las pupilas de la chica—. Quiero decir... que ahora no me apetece ver la segunda parte, prefiero hablar contigo. ¿Te parece bien eso?

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⏰ Última actualización: Sep 04, 2022 ⏰

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