Capítulo I

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Capítulo I: Prólogo a grandes rasgos

La luna acunaba a sus niños, los veía dormir, en sus suaves camas, entre mantas que les calentaban en la frialdad de la madrugada del otoño, velando por sus sueños, los iluminaba con su luz, y si alguno llegara a llorar, ella menguaría para calmarlo.

Con sus respiraciones en calma y latidos acompasados, el sueño envolvía a un pueblo entero, con la calma arrullándolos, ayudada de la luna, todo estaba en orden, todo estaba en paz. Los árboles se mecían levemente sin aire alguno que fuera capaz de moverlo, los animalillos, salían de sus refugios para buscar un lugar más seguro, los árboles se azotaron como un péndulo y la tierra rugió, la calma se rompió y la paz se desvaneció, el suelo tembló, los protegidos de la luna se despertaron, con el sueño en sus parpados, sin hallarse por tan repentino susto, hasta que un pequeño niño de siete años, con sus ojos cafés como el chocolate y su pelo castaño jaló a su gemela escaleras abajo, con preocupación y a trompicones, la tierra bajo sus pies seguía temblando, haciendo vibrar las paredes de madera de aquella curiosa cabaña llena de atracciones para turistas descuidados y curiosos, y la naturaleza volvió a rugir, con molestia y enojo, sus pequeños pies chocaban contra la madera, como una melodía de desesperación, cruzaron la cocina y la sala, hasta llegar al pórtico, donde encontraron a sus tíos, con la ropa mal puesta y la preocupación en sus ojos junto al sueño.

La luna se había ocultado tras unas densas nubes sin querer ver, con miedo, lo que pasaban sus queridos hijos, acunándolos en la fría y densa oscuridad.

La tierra parecía querer abrirse, el murmullo del pueblo era cada vez más ruidoso, el piso no dejaba de temblar bajo sus pies, y las familias se preocupaban, viendo caer de a partes sus casas y negocios, todo lo que trabajaron por años, se derrumbaba frente a sus ojos, habían pasado por cosas así antes, pero nunca a tal magnitud, y el silencio reino, todo se calmó, y el barullo del silencio los ensordeció.

La luna no se pudo despedir, tenía miedo y rogaba por sus queridos protegidos, a los cuales había perdido de vista.

A la entrada del bosque, enfrente de la vieja cabaña y trampa para turistas, una niña, castaña lloraba en el hombro de su tío abuelo Stan, por el repentino susto y la forma brusca de ser despertada, su otro tío, gemelo de Stan, le acariciaba la cabeza con dulzura, perdido en sus pensamientos, y el desenfrenado latir de su corazón. Sus ojos cerrados con fuerza por el miedo a la oscuridad soltaban gruesas y saldas gotas que mojaban la camisa de su tío, estaban juntos pero el pequeño de siete se acercó al primer pino que separaba su casa del prohibido y oscuro bosque, con la mirada perdida, tratando de descubrir algo en la espesa oscuridad, adentrándose a él, siendo guiado en algún momento por un pequeño pero hermoso brillo dorado, que le llamaba, cuidando sus pasos, se acercó, con su miedo siendo opacado por la intermitente llama de la curiosidad, se perdía entre el bosque, cada vez más y más adentro, los pinos le helaban la sangre, veía caras y monstruos, pero la luz no dejaba de guiarlo, hasta llegar a un pequeño claro, con un estanque lleno de peces que brillaban, y entre los árboles de enfrente, un triángulo bien escondido lo observaba con su único ojo, brillando en malicia.

El pequeño no lo notaba, con su curiosidad pegada en los peces, quienes hacían trucos para él, quienes le invitaban a entrar al pequeño estanque para que jugaran, el chico cedía, hipnotizado por sus colores, por la peligrosa magia del bosque, el ser triangular esperaba con paciencia y una sonrisa formada en su ojo, el niño estaba entrando al estanque, con su dulce sonrisa, que le hacía regocijarse, vaya alma pura que había encontrado, el niño iba ya por el agua en el pecho, hasta que unas manos viejas y de seis dedos lo sacaron de ahí, con pavor y temblores.

- ¡Dipper! – Su voz alzada sonaba desesperada y enojada - ¿En que estabas pensando?

Sus ojitos se nublaron con lágrimas, el frío recorrió su cuerpo y los hipidos se hicieron presentes, Ford notó su error, le había gritado a la criatura más tierna, inocente y pura que había conocido nunca, el llanto salió de lo profundo de su garganta, y un brillo rojo lo cegó por un momento, su vista viajo a los árboles y lo vio, vio a su enemigo, rojo de la furia, asesinándolo con la mirada, había hecho llorar al cervatillo que el cazador estaba a punto de cazar.

Salió corriendo de ahí, con el niño en manos, directo a la seguridad de su cabaña, su sobrino dejó de llorar, y una risita salió de él, cuando lo despegó de él, confundido por su repentino cambio, el de cabellos chocolates tenía un pequeño peluche de aquel ser que le acechaba en las pesadillas, de su forma triangular, esponjado y con su inseparable sombrero, su sobrino lo veía con adoración, trato de quitárselo un par de veces ya adentro, sentados en el sillón, pero el pequeño parecía no ceder, y romper a llorar, por su bien, lo dejo ser, mandándolo a la cama otra vez.

Lo tenía que cuidar sea como sea, Bill Cipher acababa de tomar a su nueva presa y el peluche era la marca. 

𝐃𝐞𝐬𝐝𝐞 𝐋𝐚 𝐎𝐬𝐜𝐮𝐫𝐢𝐝𝐚𝐝 | 𝐁𝐢𝐥𝐥𝐝𝐢𝐩Donde viven las historias. Descúbrelo ahora