Sueños compartidos

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Le sobraban dedos de las manos para asegurar, sin excederse, la cantidad de veces en que había sido capaz de recordar sus sueños desde poco antes de que cumpliera los catorce años. Fue llegarle esa etapa alocada que compone la revolución hormonal de la adolescencia y esas escenas, atípicas o no, que veía una vez dormida, se evaporaban al abrir los párpados. Tan pronto como se despertaba no había ni rastro de ellos, como si nunca hubieran existido. Adiós muy buenas, no cuentes con que nos volvamos a ver en tu pensamiento fuera de nuestro horario de emisión. Lo hacían más rápido que un pañuelo en la chistera de un mago y, después, no había algo a cambio como un bonito conejo blanco como recompensa. No la merecía por haber sido incapaz de retener al menos atisbos de la información onírica que le masajeaba la mente cada noche para que tuviera un buen despertar. Para que ante ella hubiera ese borrón y cuenta nueva a diario.

Hoy, para variar, el sueño de Mónica había sido tan lúcido, tan maravilloso, que no le hubiera importado seguir durmiendo para recrearse más en él. Ojalá lo hubiera logrado, se decía. Se conformaba con soñar en bucle una y otra vez lo mismo, si es que no era posible de ninguna manera continuar por donde iba para conocer el final de la historia.

Llevaba un rato despierta, dando vueltas en esa cama, recordándolo todo una y otra vez de cero. Cualquier otro día no hubiera remoloneado de esa manera, pero hoy, de manera especial, estaba entretenida rememorando eso que le había sabido a miel de abejas. Rebobinaba en sus partes favoritas, se paraba mentalmente en los distintos pasajes sonriendo como una bobalicona. En esas estuvo hasta que por el rabillo del ojo vio la hora y se obligó a darse con la dura realidad: no le quedaba otra que levantarse, quitarse esas legañas lavándose la cara e irse a preparar un café. ¡No era plan de pasarse todo el día zanganeando por más que fuera tan extraño recordar algo de sus momentos de letargo! O, al menos, trataría de trabajar un poco, que las facturas no se pagan solas, se dijo a sí misma intentando convencerse de que sería mejor que saliera al exterior de nuevo su yo serio y formal. Ese yo que no se preocupa por olvidar a diario lo que ocurre en esa cama que hacía tiempo que no compartía con nadie ni siquiera de manera esporádica. Había quitado de su habitación todo entretenimiento que pudiera descentrarla para procurar descansar mejor. Quería que su cuerpo asimilase cuál era su función según rozase las sábanas con el pijama ya puesto. No tenía pantallas y ni siquiera miraba el móvil si se metía en la cama. Ahora solo realizaba una actividad sobre su lecho y ni siquiera le complacía en exceso, tan solo lo veía necesario para cargarse las pilas y comenzar un nuevo día. Cosa que, por otra parte, solía salir mal porque el insomnio acudía a visitarla varias veces a la semana aun con todas las precauciones que tomaba.

Mientras agarraba una botella de leche vegetal, se evadió de nuevo sin pretenderlo. Trasladó su mente a esa historia en la que no dejaba de pensar desde que abrió los ojos por primera vez ese mediodía. Normalmente, aun con sus problemas para conciliar el sueño, no se levantaba demasiado tarde, no era trasnochadora y tenía por costumbre aprovechar los días al máximo, sobre todo porque para su trabajo era importante la luz natural. Ese día todo era diferente, porque tampoco solía salir y ayer bien que estuvo por ahí con una antigua amiga del instituto a la que se había encontrado en el metro. Una cosa llevó a otra y, el caso es que para cuando quiso regresar ya no era jueves, sino viernes Por una vez, tampoco pasaba nada, aunque en verdad ni siquiera se lo había pasado tan bien con ella. No había nada fuera de lo común en su salida, salvo que se diera. En eso, ni siquiera pensaba, hoy estaba monotemática con el compañero nocturno que su propio subconsciente había creado para sí. Ya volvería a poner los pies en el suelo, pero ahora prefería levitar, recordar una vez más ese precioso sueño.

«Estaba sentada en una estrecha y baja escalera de tan solo cuatro escalones. Lo hacía delante de esos viejos y grises cines que se habían quedado obsoletos en comparación a gran parte de la competencia que ya había remodelado sus salas para ofrecer lo último en entretenimiento audiovisual. Esas salas a las que tenía tanto cariño porque antaño acudió con frecuencia a su interior, aunque últimamente apenas viera películas allí y no por no tener con quién. Ir sola nunca le había supuesto un problema y, de hecho, cuando algo le interesaba precisamente iba a esos grandes multicines que tan en boga estaban, aunque le pillaban mucho más a desmano de su céntrico loft y no tenían el encanto de estas salas que aún se esforzaban por apostar por proyecciones que no fueran los mayores superventas con las mejores campañas de marketing a sus espaldas. Justo ahí, entre el segundo y el tercer peldaño revisaba algunas de las fotografías de su cámara digital con tranquilidad y trasteaba con los parámetros por si, de repente, le apetecía dejar para el recuerdo una estampa del lugar donde se encontraba. La última sesión le había dejado bastante buen sabor de boca, aunque mejor le quedaría ahora cuando se fumase un cigarrillo. Al sacarlo del bolso, descubrió que se había dejado el mechero olvidado en algún sitio. Al otro lado de la escalera, un hombre le ofreció fuego. Ella, agradecida por no tenerse que levantar de allí por el momento, se quedó junto a él fumando e intercambiaron algunas palabras iniciales.

-Joan.

-Hola, An. Yo Mónica.

-No, no. Que me llamo Joan. Así, todo junto en una palabra. Joan, ¿sabes?

-¡Ay, qué tonta! Perdóname, Joan, por favor -se excusó ella tan ruborizada que el más rojo de los tomates parecería pálido al lado de su sonrojado rostro.

-¿Cómo no te voy a perdonar, con lo guapa que eres? ¿Te gusta la fotografía? -Preguntó él dando una calada a su cigarro, optando por tirar por lo que le parecía evidente.

-Sí, claro, me dedico a ella -contestó Mónica, preguntándose si la respuesta de él a su broma había sido una ficha. Por un instante dudó sobre si era un cumplido o un flirteo. Optó por pura amabilidad por parte de ese desconocido con el que estaba fumando a la intemperie aquella extraña tarde.

-¿En serio? ¡Es maravilloso! ¡Nunca había conocido a una fotógrafa!

-¿Tú de qué trabajas?

-¿Ahora mismo? Estoy parado.

-¡Vaya, nunca había conocido a ningún parado! -Respondió ella de broma, sorprendiéndose a sí misma porque no era una actitud que soliera tomar.

-Pues será que te codeas solo con las altas esferas, porque somos unos cuantos millones ya-le tiró él de vuelta con sorna.

-Será...
Terminaron fumándose sus respectivos cigarrillos sentados juntos en silencio. Un silencio demasiado abrupto y rompedor con el buen rollo de instantes antes y eso que apenas había durado unos cuantos segundos. Para tratar de seguir con el buen rollo y tratar de acercarse más, Joan
se sacó una caja de uno de sus múltiples bolsillos y le mostró su interior a Mónica.

-¿quieres que nos fumemos mejor uno así aliñado entre los dos?

-Bueno, no sé, yo... -expresó ella con duda, ya que nunca le habían ido esas cosas.

-Venga, mujer, si es muy suave. Además es entre los dos aquí de tranquis, así nos soltamos más -alentó él guiñándole un ojo.

Ese chico castaño de pelo revuelto con barba de tres días le parecía muy simpático y lo encontraba atractivo, así que pensó que igual no era tan mala idea relajarse un rato con él.

-Hemos venido a jugar -respondió ella y rápidamente él encendió el canuto y se lo pasó para que le diera un par de caladas. Estuvieron turnándoselo un rato, contándose cosas banales mientras se fumaban esa hierba. Después, les pareció poco, porque no veían que les hubiera subido, y se fumaron otro mientras continuaban conociéndose de manera relajada. Ambos concordaban en que eso propiciaba que se soltaran más. A Mónica ya le había parecido guapo antes, pero ahora le parecía sencillamente arrebatador. Sin embargo, no quería sacar conclusiones precipitadas y le dijo que debía irse a casa y que si quería tomar un café o algo otro día, que la llamase. Al despedirse le dio una tarjeta que, en el sueño, se veía en primer plano con su nombre, profesión, número de teléfono y correo electrónico. Joan se despidió prometiéndole que sabría de él muy pronto».

Cuando iba a pegar el primer sorbo a su desayuno, tras recordar una vez más ese sueño del que se sentía tan orgullosa de coquetear en su justa medida, el sonido de su móvil hizo que regresara al mundo real por unos instantes. Tenía una mención en abierto de twitter y no podía creerse de quién venía ni lo que ponía. El remitente era Joan y decía: Creía haber tenido el mejor sueño de mi vida, pero mejor ha sido el despertar al comprobar los datos de la tarjeta de @MLeicester y ver que existe. Déjame llAmarte.

Ella no se quedó tan sorprendida por el contenido que acababa de leer, como la existencia de un mensaje suyo en abierto con esa petición que tildó de cursi e infantil, especialmente por el medio elegido. Vaya un juego de palabras, ¿es que acaso era tonto? ¿Cómo podía haberse sentido mínimamente atraída por alguien así en su sueño y que la ensoñación siguiera una vez despierta? Ignoró el mensaje de Joan como si no fuera con ella y continuó con su rutinaria vida con una sonrisa. Visto lo visto, creía que más podría amargarle tratar de salir de su zona de confort. Llegó a sentirse interesada por una ilusión. No le gustaba su personalidad en la vida real, buscando la complicidad de los demás para salirse con la suya, para enmascarar de romántica una actitud con la que prácticamente coartaba la decisión de la mujer a responder con una negativa. Si le hubiera contactado por privado, aun usando la misma herramienta, quizás hubieran tenido muchos más sueños compartidos de otra índole.

Hatillo de sábana bajera #PGP2022Onde as histórias ganham vida. Descobre agora