Sororidad

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Después de más de un mes de hablar por chat y por teléfono, Nekane decidió concederle una cita a aquel desconocido de internet. Deseaba que la mala suerte con las relaciones hubiera desaparecido tras la anterior, porque se llevaba la palma con ese fetichista de los disfraces, obsesionado con la pornografía y que conocía mejor la localización de todos y cada uno de los bares de Bilbao que Google Maps.

Su mejor amiga, Laura, le insistió en que no cometiera locuras. Ella, de naturaleza confiada, pensó que resultaba exagerado que le dijera que quedasen a plena luz del día en un lugar céntrico donde estuviera rodeada de gente y que le escribiera algún mensaje de vez en cuando o le pusiera el localizador por si ocurría algo. Le dijo también que, una vez de vuelta en casa, avisase de que estaba a salvo.

A Nekane esas medidas le resultaban también una pasada. Creía en la bondad de la gente por defecto, y eso que se había llevado muchos palos. Sin embargo, que dos días antes de su cita comenzase a hablarse de una violación grupal en los San Fermines, provocó que fuera más cauta. No le gustaba que su cita pudiera pensar que ella lo veía como un posible criminal, pero mucho menos quería ser alimento para gusanos. Si se educara en condiciones, no tendríamos que sellar nuestra copa con tapas de silicona o con la mano para evitar que alguien eche sustancias en ellas, no tendríamos que depender de nuestras amigas como si nos fuera la vida en ello, porque, literalmente, así podría ser. No hay beneficio de la duda cuando el riesgo es tan alto. Solo con pies de plomo y ayudándonos con pequeños gestos seremos capaces de avanzar hasta que lo que ahora es necesario, pase a ser accesorio.

Hatillo de sábana bajera #PGP2022Where stories live. Discover now