¿Maldito anuncio?

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La rutina que estaba engullendo el alma de Paco Siete iba a llegar a su fin. Él mismo se encargaría de forzar la salida de ese aburrido ciclo de monotonía en el que estaba envuelto. Si tenía siete vidas, esperaba no pasarlas todas del mismo modo. Desconocía cuántas había agotado, si es que alguna había caído. Lo que le quedase, que fuera diferente. Debía salirse de este camino.

Los días llevaban una buena racha sucediendo uno detrás de otro, sin cambios. Así había sido para él y para Jimeno, quien nunca tenía ganas de hacer nada diferente, por lo que había condicionado, en cierto modo, que a Paco le costase más salir de aquello que lo asfixiaba.

Sería presuntuoso pensar que el problema llevase acompañándolo desde hacía tanto tiempo como el que tenían todas esas camisetas de publicidad, agujereadas, que no se atrevía a tirar y que no hacían más que ocupar un espacio innecesario en las cajoneras de su armario. Campamento de verano de 1693, Fiestas de Choliñó 1695, II Jornada de la tapa en El carrete, V Feria del automóvil... Ni siquiera sabía por qué las guardaba. Cierto era que se vestía de cualquier manera, con lo primero que pillaba y que era un poco desastre en general, pero no tenía un especial apego por las cosas rotas o con marcas de viejas manchas que no llegaron a salir, aunque, en ocasiones, pudiera dar esa sensación. Ese tema no era más que un símbolo de su dejadez, de la falta de interés en la imagen que proyectaba de sí mismo en los demás a simple vista. Cuando iba al trabajo, lo hacía siempre en pantalones anchos, generalmente desgastados por el uso, zapatillas deportivas y camisetas con jerseys o sudaderas normales con cualquier tipo de estampado por encima. Siempre compraba lo más barato que viera si le parecía que iba estar cómodo, indistintamente de los materiales, colores o marcas. A fin de cuentas, que él supiera, no tenía alergias a nada ni la piel sensible y no le importaba mucho la apariencia, cosa por la que había sido criticado en más de una ocasión con comentarios fuera de lugar del estilo de: qué poco cuidas tu aspecto, para ser homosexual. Algunos utilizaban otra palabra con mayor impacto, para que no pareciera una ofensa a medio gas, para que se notara que era a conciencia y no por falta de esta.

Cuando miraba entre los cajones de camisetas andrajosas, no sentía un aluvión de buenos recuerdos; ¿cómo hacerlo si algunas, incluso, se las habían regalado y eran de eventos a los que no había asistido ni había tenido planes de hacerlo? El comienzo de su nueva vida quizás podría haber comenzado con algo tan simple como deshaciéndose de esas viejas prendas o sacando trapos de ellas. Sacando mierda de su entorno de un modo u otro. No se le había ocurrido. Tampoco había atado cabos sobre que sus pesares estaban unidos a su casa. Esta y todo lo que estaba relacionado con ella le provocaba un gran agobio. Se casó cuando no era más que un crío de 18 años con el que creía que sería el único hombre que podría fijarse en un desastre como él. Un pensamiento estúpido de alguien con muy poca autoestima y mucha prisa por establecer algo formal y durarero, en pos de esas relaciones románticas de ficción que con tanto afán consumía tanto en forma de películas como de novelas. Fue una decisión bastante mala, como la mayoría de las que se toman a las bravas. Él provenía de una familia acaudalada, tenía muchos contactos y era hijo único. Las malas lenguas decían que Jimeno se había juntado con él para dar el braguetazo. Que no era el amor a su persona lo que había hecho que esa pareja con tan poca química terminase junta. Ironías aparte, su marido y él vivían juntos casi más por guardar las apariencias que por otra razón. La verdad era que si la intención de Jimeno había sido hacerse con la fortuna familiar cuando llegara el momento (ya que Paco no tenía más que el lugar donde vivían, junto a un pequeño estudio en plena capital y un trabajo estable en un periódico de tirada nacional como columnista de opinión) le había salido regular. Además de que eran como el agua y el aceite, una separación de bienes los distanciaba aún más. Su vínculo era tan pequeño que no solían hablar entre sí. Lo único que conservaban en conjunto era la comida de la nevera del duplex de Magari del señor Siete y la mentira de puertas hacia fuera sobre lo felices que eran juntos y el amor que se destilaban. Nada más lejano de la realidad. Su llama estaba apagada, su chispa reventada. Hacían vida por separado, aunque convivían. Parte de la conservación de la mentira venía de la bondad de Paco que no se atrevía a echar de su casa a un hombre que no tenía dinero ni demasiada buena relación con su familia, el resto partía de quien se aprovechaba de la situación y deseaba que, a fin de cuentas, terminase por hacerse con la riqueza que siempre había anhelado.

Hatillo de sábana bajera #PGP2022Where stories live. Discover now