Vacío existencial

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El parche de las inseguridades de Isaac eran todas las tonterías que hacía. Una tirita que no curaba las heridas, un remedio que rasgaba su corazón. Era el líder y payaso de su grupo de amigos a partes iguales. Cada poco se le veía tonteando con una chica nueva. Iba de seductor nato, de que podría conseguir cuanto se le antojase. Cada nueva conquista, le hacía sentirse peor y no por ello se veía capaz de detener la ruleta de la desesperación.

Un día se perdió en el mar. En el oleaje revuelto y salvaje de los ojos de Natalia. Su rutina, sus bromas y su grupo de amigos se mantuvo, pero algo cambió al fijarse en ella: dejó de flirtear y salir con otras. Durante semanas pensó que todas las canciones de amor hablaban de él, de ella o de los dos, aunque no existiese nada que los uniera, aunque el dios de la seriedad se reiría sin parar con la sola idea de que, de entre toda la población en el mundo, ellos pudieran formar una pareja, del tipo que fuera.

Isaac incluso se puso a leer poesía y a escribir canciones ñoñas. Le dedicaba todos los suspiros que salían de sus labios, ahora más agrietados al no hidratarse con los de ninguna otra. Era su primer pensamiento al levantarse y el último al acostarse. Él decía estar enamorado, sus colegas le dijeron que más bien estaba obsesionado porque era diferente a todas las demás con las que se había relacionado. Era el morbo quien hablaba por él, le aseguraban.

Nunca le había costado tirar la caña. Era un gran pescador. Con ella, no había cebo posible para que se acercase, para que se dejase camelar y se fuera con él de la mano. Tuvo tantas dudas que, cuando por fin se atrevió a declararse, tras observarla desde la distancia, creía que lo tenía. Regalarle un libro de ese autor del que le había visto unos cuantos iba a ayudarle en su camino al éxito. Ella iba a sanarle el alma, con ella envejecería. Solo tenía que ser él mismo, el consejo que todas las revistas dan. Ese junto con el de tener sentido del humor y a eso no le ganaba nadie.

Rechazó el regalo y a él sin reparos. No se sentía atraída por un cabeza hueca, guaperas y caprichoso. No quería ser una más en una lista más larga que la de las cartas que recibe Santa Claus cada año.

—No sabes lo complicado que es ser un chico en esta época. O te muestras de ciertos modos, o se te comen.

—Sé lo difícil que es soportaros. Los baches que nos ponéis.

—No soy como crees, me importas de verdad.

Con un rostro que mostraba una gran decepción, le dedicó unas últimas palabras y jamás volvió a hablarle: «déjate de máscaras e historias. Aparta y lucha por las causas justas. A mí no me conseguirás, pero habrá otra época en que, si eres una persona decente, podrás ser feliz rodeado de amigos de verdad, de gente para la que serás necesario y no un accesorio».

Pasó unos años a la deriva. No sabía cómo salir de su bucle. Los momentos en que le asaltaban pensamientos de esa compañera, los ahogaba en bebida, relaciones esporádicas y punteos a su bajo.

Una vez que le detectaron el cáncer testicular, sus ánimos se vinieron abajo y se dio cuenta de lo desmoronada que estaba su existencia. Antes de que lo anestesiaran, recordó por última vez a la que consideró como el gran amor de su vida y se arrepintió de no haber seguido su consejo, de haber sido una mierda de persona. No llegaría a despertar de un dulce sueño eterno en el que su vida había sido diametralmente opuesta. Una ironía que su sonrisa más sincera naciera al perder los huevos de manera física, de forma metafórica lo había hecho en su adolescencia cuando basó su forma de vida en una rebeldía de baratillo que exponía sus miedos con un letrero gigante con el que aporreaba a quienes se acercaban a ayudar. Por eso se quedó solo, hasta el final.

Hatillo de sábana bajera #PGP2022Where stories live. Discover now