El rechazo del encanto

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Se fijó en ella desde el mismo día de su conversión. Lógico, porque, lo quisiera o no, siempre regresaba a aquel lugar, como si algo o alguien fuera responsable. Sus pies le llevaban hasta allí. Si se transformaba, lo hacían sus alas. Ese espacio que no le era hostil ni desconocido donde no se atrevía a entrar, pese a tener una invitación formal, le parecía imponente. La mujer era nueva en la gran mansión en la que habitaban los vampiros que el resto de emisarios de la noche consideraban de mayor nivel, aquellos escogidos que poseían más poder y un vínculo de sangre eterno con alguno de los pocos vampiros ancestrales que quedaban en el mundo. Estos estaban esparcidos en zonas remotas debido a lo territoriales y competitivos que eran entre sí. Tenían limitado el número de descendientes, porque quisieran mantenerse al margen o no, formaban parte de la misma sociedad con normas a la que pertenecían todos los demás.

La inteligencia de Ribo no era su rasgo más destacable, tampoco su belleza. Sin embargo, pese a ser una pequeña alimaña aborrecible de orejas puntiagudas, dientes amarillos resquebrajados y con la piel agrietada, tenía una gran instinto de supervivencia. Él no valoraba demasiado lo ágil y diestro que era a la hora de evitar conflictos, le parecía lo normal, dado que se sentía inferior a todos aquellos compañeros de especie a los que observaba desde las cloacas. Envidiaba su porte, su manera de hablar e incluso su alimentación. Todos se las habían ingeniado bien y eran unos señoritingos con su casas, sus coches y hasta con un servicio gratuito por parte de esos seres a los que tenían engañados con la promesa de una eternidad que jamás les concederían. Según los humanos, la esclavitud quedó abolida siglos atrás. Desde hacía unas décadas, en el momento en que la convivencia entre todas las criaturas entró en vigor sin que los seres nocturnos debieran permanecer ocultos, ellos mismos se habían prestado a serlo, sin ser conscientes de ello.

No comprendía por qué le atraía tanto. Nunca se había sentido así con nadie y eso era mucho decir, porque siempre fue enamoradizo y desde que era vampiro sus emociones eran incluso más intensas que como ese humano calificado como gracioso, como majo, quizás. Los halagos siempre lo sortearon, tanto cuando su corazón latía como cuando dejó de hacerlo. No por ello su ilusión llegó a desvanecerse y ahora estaba en el estante más elevado de toda su existencia. A lo mejor se conocieron en una vida anterior, en un tiempo en que él fue feliz y no se vio como un despojo despechado de toda sociedad de la que formase parte. Un lapso olvidado agradable sin necesitar el anhelo de la esperanza unido a su eternidad para sonreír.

Las políticas velaban por el bienestar de todos. Las esferas que mandaban en ese momento estaban compuestas de manera íntegra por humanos cuyo papel había sido el de crear una serie de leyes que en teoría ayudarían a todos los seres racionales, pero que estaban llenas de agujeros que solo les beneficiaban a ellos dentro de aquello que habían presentado como una utopía inalcanzable. Las parejas mixtas eran anecdóticas, mientras que la vampirofobia estaba arraigada y extendida, en parte por los miedos que no dejaba de meter la prensa desde sus altavoces mediáticos.

Lo bueno de residir junto a las ratas y residuos es que uno se entera de muchas cosas que se cuentan en la superficie. Lo malo es que nadie escucha cuando se les intenta prevenir de los ataques organizados. Ni siquiera cuando se trata de hacer de manera anónima a través de un smartphone accediendo a cualquiera de las comunidades y redes sociales para hematófagos. Al menos así fue hasta que un día, al móvil de Ribo llegó una petición de iniciar chat, su remitente era alguien que se hacía llamar IcePrin.

—Oye, Ribo, ¿es cierto eso que dices? ¿Va a haber cacería de vampiros en Mozaña?

«Claro, ¿por qué iba a mentir?» —Piensa él. En cambio, contesta otra cosa diferente.

—El sábado por la noche, a eso de las 20:00 en Plaza de las razas se reúnen y tienen pensado ir por todo el barrio sembrando el caos. He oído que serán muchos y están preparados.

—No existen los cazadores de vampiros profesionales, podremos apañarnos. Gracias por el chivatazo.

IcePrin cerró sesión y aquel que le dio toda la confirmación de la que su información era veraz no sabía si la charla suponía que los vampiros se defenderían o que sus palabras habían caído en saco roto otra vez. Poco antes del día D a la hora H, la respuesta le llegó a su mente con un llamamiento telepático desde un tejado. Si hubiera tenido un corazón, habría entrado en parada cardiaca. Era ella, la vampira a la que admiraba en secreto, a la que veía a lo lejos salir de la gran mansión de los escogidos cada noche cuando la luna está en su pico más alto.

El bueno de Ribo se sintió intimidado por su presencia. No se creía merecedor de combatir a su lado, de respirar el mismo aire que ella codo con codo. Pertenecían a mundos diferentes. El rostro de ella parecía esculpido en mármol por los más brillantes artistas combinando sus talentos, el de él, con esos dientes como de drogadicto y más agujeros que una roca caliza, daba la sensación de ser una estación de aterrizaje de naves espaciales con taladros en su base.

—¿Pero cómo se te ocurre venir a ti sola?

—Podría decirte lo mismo. Creía que tendrías un ejército contigo —al ver la expresión confundida del vampiro añadió algo—. No temas, me basto y me sobro para detener a unos cuantos humanos.

—Claro, princesa y además no estás sola.

—No soy una princesa y menos una a la que tengas que rescatar, no te confundas conmigo. Soy yo quien va a echarte un cable, a ti y a toda la comunidad.

—¿IcePrin no es de Ice Princess, es decir, princesa de hielo?

—¡Claro que no! ¡Es mi nombre vampírico! Lo escribo así para que quede más llamativo, así se fijan más en mí.

A Ribo le sorprendió la cordialidad con que hablaba con él y se sintió tan cómodo a su lado que no podía creerlo. Juntos eran imparables, formaban un tándem único a la hora de espantar a los humanos y dejarles sin ganas de nuevas aventuras dañinas hacia otros. Él creía que en la gran mansión nadie seguiría las normas de convivencia y que todos saldrían de cacería, pero, en lugar de eso, al igual que él se alimentaba de pequeños animales, ellos lo hacían de sangre donada a los bancos para tal fin.

—No es que tengamos algo sólido ni representación en política, porque todo es bastante reciente, pero vamos avanzando y creemos en la paz entre todos. Con esfuerzo, se puede —explicó IcePrin.

—¿Con esfuerzo, se puede? Eso es lo que le dije a Trliel cuando, tres siglos después de conocernos, me preguntó cómo había sobrevivido hasta ese momento apartado del mundo.

—¿Eres tú quien le salvó? Al mezclarse vuestra sangre, la morada te invoca. Él además lleva desde entonces intentando por todos los medios que accedas a ella, se preocupa por ti y te debe la vida. Le salvaste nada menos que del último de la estirpe de los mayores cazadores de vampiros que ha albergado jamás la tierra.

—Reconozco que su poder de persuasión es inmenso cuando estoy en las cercanías, cosa que sucede cada noche. Le agradezco que me hechizase su sangre, porque gracias a ello pude conocerte a ti, la primera persona que me trata de igual a igual.

—No es cierto, te valoro más que a los demás.

Ribo, finalmente escuchó la llamada, se mudo a la gran mansión y descubrió que había vivido gran parte de su vida escondido por los prejuicios surgidos por encuentros desafortunados con seres superficiales que no apreciaban cuánto tenía que ofrecer. Por su tesón en no morir y continuar luchando por un futuro mejor, conoció el verdadero amor, ese que duerme de día y le besa con dulzura cada noche antes de sacar sus colmillos como arma en favor de la prosperidad.

Hatillo de sábana bajera #PGP2022Where stories live. Discover now