Capítulo Dos

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Cogí la pequeña campana plateada que descansaba sobre el tocón de lo que antes había sido un árbol

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Cogí la pequeña campana plateada que descansaba sobre el tocón de lo que antes había sido un árbol. En él también había una piedra que sujetaba una nota, en la que con una caligrafía impecable estaba escrito: si a nosotros quieres contactar, la campanita harás de sonar. No pude evitar sonreír ante aquella rima tan pueril e inesperada, y haciendo caso de lo escrito la hice sonar un par de veces.

El tintineo se esparció por el aire creando un breve eco en el vacío de la comarca.

Esperé unos minutos a que alguien me atendiera y mientras tanto, me puse a ojear las macetas con flores que había en la entrada. La variedad de colores le daba a la casa la vitalidad que aquellas paredes color marfil necesitaban.

Allí pude observar una amplia variedad de flores: rosas, narcisos, peonias, claveles, hortensias y lirios. Decidí acercarme a la maceta en la que reposaban estos últimos, cuyos pétalos blancos brillaban por el rocío de la mañana, y sentí la necesidad de olerlos.

En ese preciso instante, la puerta de madera de aquella pequeña casa se abrió y las mejillas se me enrojecieron al ver que Ofira me había pillado husmeando en sus flores.

Soltó una breve carcajada y añadió:

—A mí también me gustan los lirios —me provocó una incómoda risa nerviosa que hizo que en su rostro se dibujara una sonrisa aún más grande—. Siento haber tardado, estaba atendiendo a mi madre. ¡Adelante!

Me sostuvo la puerta para que yo la cruzara. Pasé tan cerca de ella que pude percibir ligeramente su perfume afrutado. Este se colaba entre el intenso olor a canela que procedía del interior de la casa. Sentí la mirada de Ofira clavada en mi mientras cruzaba frente a ella y me hizo estremecer. No podía soportar que me miraran fijamente, y sus ojos castaños no eran la excepción.

La casa tenía un brillo cálido muy especial. La luz de la mañana se colaba entre las ventanas adornadas por cortinas blancas con bordados de mariposas del mismo color. Supuse que habrían sido bordadas por Ofira, ya que se observaba en ellas la delicadeza que antes había visto en sus otras creaciones.

De una de ellas, que estaba entreabierta, se coló un pequeño gato negro que me hizo sobresaltar.

—Hola, Scheherezada —saludó a su gata, y ella le respondió con un agudo maullido.

Me llevó por un pasillo que estaba decorado por una gran cantidad de marcos de fotos con diferentes personas. En ellas pude distinguir a Ofira, a una mujer con la misma sonrisa que ella y a un niño pequeño que aparecía tan solo en las fotografías que consideré más recientes.

—Aquí está mi pequeño estudio.

Abrió una puerta de madera de roble, y tras el leve crujido de las bisagras me introduje en la habitación y comprendí que la estancia a la que llamaba estudio realmente era su dormitorio.

Dejamos el fuerte olor a canela para percibir con más intensidad el aroma que desprendía Ofira. Una mezcla de mandarina, limón y la misma fragancia que había olfateado antes de entrar a la casa: el aroma del lirio.

Las letras de DevaWhere stories live. Discover now