Capítulo Veintiocho

303 43 26
                                    

—¡Madre! —dijo Silas, con un tono de voz más alto de lo que tenía la tenía acostumbrada

Deze afbeelding leeft onze inhoudsrichtlijnen niet na. Verwijder de afbeelding of upload een andere om verder te gaan met publiceren.

—¡Madre! —dijo Silas, con un tono de voz más alto de lo que tenía la tenía acostumbrada.

La señora se vio sorprendida por el grito de su hijo, así que dejó de mirarnos para darse cuenta de que él estaba negando con la cabeza con un semblante asustado a la par que molesto, como si creyera que aquello serviría para hacer que su madre no continuara hablando.

No muy lejos de su realidad, yo me había quedado paralizada. El corazón me iba a toda velocidad y me sentía como una presa que acababa de ser interceptada por su depredador. Fue entonces cuando acepté que mi papel de defensora se había desmoronado y me tocaba asumir que su madre me iría a humillar, no solo delante de Ofira, sino de todos los ojos cercanos que estaban en la plaza.

—Tenías a mi hijo, muy a mi pesar, y aun así ni luchaste por él.

—¡Madre, ya! —Cada vez su voz se escuchaba más entre los murmullos de los vecinos.

—¿Ni si quiera os cortáis en público? —Su ceño se frunció cuando miró hacia aquello que acababa de nombrar.

Haber estado inmóvil me hizo ignorar que Ofira me estaba agarrando del brazo, incluso con más fuerza que hacía pocos minutos. Vi en sus ojos un claro "vámonos", pero fue entonces cuando empecé a sentir que mis piernas se estaban debilitando, creándome la sensación de que en cualquier momento me desplomaría.

—¡Que sepa todo el mundo! —anunció la mujer, con un tono conscientemente más alto.

El temblor en mis piernas era cada vez mayor y los latidos habían vuelto a mi cabeza.

Vi cómo Silas se adelantaba a su madre, agarrándola del brazo para que no continuara, pero ella se lo retiró con rabia.

—¡Que sepa todo el mundo que entre nosotros hay dos desviadas! —Sacó su dedo acusador contra nosotras.

Mi cuerpo se tambaleó y Ofira me sostuvo con firmeza. Sabía que ella también estaría pasando la misma vergüenza que yo, pero era incapaz de siquiera mirarla para comprobarlo.

—¡Vámonos, Deva! —escuché a Ofira decir, desesperada.

Los cuchicheos cada vez eran más evidentes a nuestro alrededor, solo se podía escuchar los siseos de las víboras que se alimentaban de las desgracias ajenas.

—¡SILENCIO! —la voz solemne de Silas retumbó por la plaza.

Y de un segundo al otro, todo el mundo le hizo caso. Quizá porque se asustaron por la forma en la que se desgañitó, o porque no estaban acostumbrados a que el hijo idílico de la familia se revelara.

—¡No tenéis decencia alguna! —siguió gritando— Sobre todo tú, madre.

Aquella forma en la que dijo la última palabra hizo que mi corazón se detuviera. Me sorprendió ver en él tanta rabia. Se sentía como si la hubiese estado acumulando en el interior de su pecho durante años.

Las letras de DevaWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu