Capítulo Veintiséis

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Tres días fue el máximo tiempo que aguanté sin ir a visitarla

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Tres días fue el máximo tiempo que aguanté sin ir a visitarla. Desde la tarde en la que nos declaramos nuestro amor, no pude parar de pensar en ella. Varias veces Petra llamó mi atención por estar abstraída cuando me hablaba.

—¡Que tonta te pones cuando estás enamorada! —me dijo cuando se dio cuenta de que era Ofira quien se había apoderado de mis pensamientos.

Aquella mañana, después de desayunar, me puse el mismo vestido con el que la conocí y decidí que iría a hacerle una visita. Preparé la cesta de mimbre con una caja de fresas que había comprado el día anterior en el mercado, una jarra de limonada, unos sándwiches cortados en triángulo y el mantel bordado.

—¡Salgo, volveré tarde! —fue lo único que dije antes de salir en dirección a su casa.

Durante el trayecto, mi sonrisa y los latidos de mi corazón se hacían cada vez más evidentes. Al llegar, escuché unos pasos ligeros dirigirse a la puerta y en cuanto abrió, se lanzó a mis brazos, dándome un abrazo.

—Te he echado mucho de menos —admitió Ofira.

"¿Esto que estoy viviendo es real?"

No llegaba a asimilar que hace un mes no supiera la razón por la que mis piernas se debilitaban al verla, y ahora la tuviese frente a mí, diciéndome que me había extrañado.

—¿Y eso? —Se le iluminó la mirada cuando vio la cesta que estaba sosteniendo.

—Había pensado en que podríamos hacer un picnic. ¿Te apetece?

Sonrió y, sin siquiera mirar si había alguien alrededor, me besó. Sus labios sabían a café.

—¡¿Deva?! —un grito nos interrumpió.

Mis mejillas se encendieron y separé con brusquedad a Ofira. Nada más hacerlo, vi a su hermano pequeño, que nos miraba sonriente desde el marco de la puerta.

—¿Os estabais dando un beso? —curioseó, con un tono pícaro.

Y mi rubor se hizo aún más obvio.

—¡No te entrometas, Dymas! —dijo su hermana, a la que parecía no haberle importado demasiado que su hermano nos acabara de descubrir besándonos— Entra a casa, anda.

Cogió sus hombros y le llevó consigo al interior.

—Me visto y ahora salgo, no tardo —me avisó.

Dymas me miraba desde el pasillo, mostrándome sus dientes mellados a través de aquella sonrisa suya tan pura y despidiéndose con la mano.

El ritmo de mi corazón había escalado hasta mi cabeza, y mientras sentía que estaba a punto de estallar, me preguntaba por qué el niño no había reaccionado de la forma en la que esperaba que cualquiera respondiese. ¿Actuó así porque ya sabría que a Ofira le gustaban las mujeres, o porque la sociedad aún no había logrado corromper su mente? Fuera lo que fuese, a los pocos minutos salió Ofira, con un vestido rosa precioso que marcaba su figura y entre sus manos llevaba otra cesta de mimbre.

Las letras de DevaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora