Capítulo Cinco

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Ya había llegado el miércoles y aún no había hablado con Silas sobre lo sucedido

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Ya había llegado el miércoles y aún no había hablado con Silas sobre lo sucedido. Desde aquella noche las rumiaciones no cesaban, todo el día a todas horas, no pudiendo dormir más de quince minutos cada noche.

El día contrastaba con todo lo que estaba sintiendo: pájaros piando sin cesar y un sol que no llegaba a abrasar por el ligero aire que agitaba con suavidad las flores de la pradera, otorgando a toda la región el olor característico de los días de primavera.

Me dirigía a la casa de Ofira con la decisión de cancelar el proyecto del vestido de novia. El momento en el que recordé su mano rozando la mía no paraba de repetirse en mi mente, y no podía soportar imaginarme que pasar más tiempo con ella supusiera más evocaciones inesperadas.

Hice tintinear la campana plateada y me percaté de que a su lado ya no estaba la nota con la rima. Esta vez pasó poco tiempo y la puerta se abrió, pero quien estaba detrás no era quien me imaginaba.

—Hola Dymas —le saludé.

Tenía asomada la cabeza con timidez, y tras reconocerme abrió la puerta y mientras gesticulaba con ímpetu, mostrándome su amplia sonrisa mellada, me indicó:

—¡Ven, sígueme, tengo que enseñarte algo!

—No, no te preocupes, espero aquí fuera.

—Ven por favor, te prometo que te va a gustar —comenzó a dar pequeños saltos sobre el sitio.

—No, de verdad...

Lo único que quería era hablar con Ofira para no volverla a ver.

—Por favor... —se le enterneció el rostro intentándome dar lástima.

—Lo siento, prefiero esperar fuera.

—Venga, venga, venga, venga...—entrelazó sus dedos suplicando y brincando cada vez con más entusiasmo.

—Que no de verdad.

—Entra, entra, entra, entra...—cada vez iba subiendo más el tono.

—Dymas, para —no pude evitar subirlo yo también.

Mi llamada de atención hizo que su ilusión se diluyera y comenzara a mostrar cierta tristeza en su cara redonda. Creía que en cualquier momento iba a empezar a llorar y se creó un nudo en mi garganta.

—Lo siento Dymas —la voz me temblaba.

Pero ante mi disculpa lo único que hizo aquel pequeño niño fue cerrar la puerta lentamente dejándome fuera. Di un paso adelante y me paralicé al no saber qué hacer. ¿Y si era algo importante para él? Recordé todas las veces que de pequeña un adulto había rechazado ver algo que me ilusionaba y me sentí terrible al pensar que me había convertido, sin darme cuenta, en lo que detestaba de niña. Me acerqué a la puerta y llamé suavemente con los nudillos.

—¿Dymas estás ahí? —susurré con el suficiente volumen como para que se pudiese enterar si seguía allí.

—Puede ser...—escuché su dulce voz detrás de la puerta.

Las letras de DevaWo Geschichten leben. Entdecke jetzt