Capítulo Veintiuno

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Cuando llegamos al salón Petra soltó un amplio suspiro de satisfacción

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Cuando llegamos al salón Petra soltó un amplio suspiro de satisfacción.

—¡Huele genial! —exclamó, habiendo perdido la vergüenza en cuestión de segundos.

Y tenía razón. La sala había estado concentrando todo el olor que provenían de los aperitivos que reposaban sobre la mesa. Una mezcla deliciosa de especias y aroma a pan recién tostado había hecho que mi estómago comenzara a rugir de forma sutil —cuestión que agradecí, porque si no habría huido por la vergüenza—.

—Ofira —dije con un tono bajo mientras mis padres avanzaban por la sala.

—Sí, dime.

—¿Puedo dejar el bolso sobre el sofá?

—Por supuesto, no hacía falta que lo preguntaras.

Coloqué el bolso con cuidado, procurando que el regalo que estaba en su interior se mantuviera intacto.

Nos acercamos al lugar del que procedían todos aquellos olores y donde ya estaba mi madre presentando a mi familia a la madre de Ofira, la cual estaba sentada en una silla con reposabrazos.

—Y ella es mi hija Petra y él, mi marido Alan —presentó mi madre, con una amplia sonrisa en el rostro y señalando a cada miembro de la familia mientras los iba nombrando—. También podría presentarle a mi otra hija, pero creo que a ella ya la conoce —concluyó entre risas cuando llegué junto a mi costurera.

Me sonrojé ligeramente cuando vi que Viola cambió el rumbo de su mirada y la plantó sobre mí. La mujer sonrió y respondió:

—Igualmente, podéis llamarme...

Antes de poder pronunciar lo que supuse sería su nombre, su tos se volvió incesante. Mis padres se acercaron, preocupados, mientras que Petra se acercaba a Dymas y Ofira corría a la cocina.

—¿Está bien? —preguntó mi padre.

Mi costurera volvió con un vaso de agua y lo llevó a sus labios. Tras dar unos largos tragos, la mujer recuperó la respiración y susurró:

—Lo siento.

—No, por dios, no hay nada por lo que disculparse —respondió mi madre.

Los ojos de Viola se mostraban avergonzados y Ofira seguía con la respiración agitada. Fui hacia ella y toqué ligeramente con mi mano la suya, lo que hizo que dirigiera su mirada a mi rostro.

—¿Necesitas que te ayude con algo?

—¿Co...cómo? —titubeó desconcertada.

—¿Quieres que traiga algo más a la mesa?

El pecho de Ofira dejó de hincharse con tanta intensidad y asintió con la cabeza. Comenzó a andar hacia la cocina y me hizo un gesto con la cabeza para que la acompañara.

Al llegar, colocó sobre la encimera una botella de agua y otra de limonada, y a la vez que iba apartando los platos de comida, quise preguntarle:

—¿Estás bien?

Las letras de DevaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora