Capítulo Trece

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Al día siguiente me presenté por sorpresa frente a su puerta junto a mi padre, una cinta métrica, unas hojas de papel y un lápiz desgastado

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Al día siguiente me presenté por sorpresa frente a su puerta junto a mi padre, una cinta métrica, unas hojas de papel y un lápiz desgastado.

—¿Deva? —dijo Ofira nada más abrir—No te esperaba por aquí —sonrió para darme entender que su intención no era negativa.

—Buenos días. Te presento a mi padre.

Vi las mejillas de mi costurera ruborizarse mientras extendía su mano hacia la de mi padre. Sentí un pinchazo en el estómago al ser consciente de que era la primera vez que se veían, y al segundo me sentí ridícula por estar dándole tanta importancia a algo tan banal.

—Mi nombre es Alan, encantado.

—Encantada de conocerle, mi nombre es Ofira.

Mi padre sonrió, y recolocándose las gafas con el dedo meñique (una manía que le había transmitido a mi hermana), respondió:

—Por favor, tutéame. Los formalismos me hacen sentir que tengo un pie en la tumba, y me gustaría jubilarme antes de volver a estar rodeado de madera.

Empezó a reírse de su propia broma y mi costurera le siguió la corriente, confundida. Por el contrario, yo sentí una marea de calor escalar hasta mi rostro, avergonzada porque mi padre hubiese hecho una broma así frente a ella.

—Bueno, a lo que vamos, que no tengo mucho tiempo. ¿Te ha explicado mi hija lo que vamos a hacer?

Ofira negó con la cabeza y yo seguía intentando recuperar la compostura. Mi padre y mi hermana eran igual de caóticos e informales. No les importaba salirse de la norma, y aunque la mayoría de veces los admiraba, debía ser honesta y reconocer que muchos de sus comentarios en situaciones incorrectas me ocasionaban ganas de que me tragara la tierra.

—He venido a tomar medidas para hacer un par de rampas —La sonrisa se desvaneció de la cara de Ofira y volví a sentir una aguja cruzar mi abdomen—. Tengo entendido que tu madre usa una silla de ruedas, y Deva se ofreció a construirlas para vosotras, yo solo me encargaré de que sea segura.

—Pero...—dijo Ofira, viéndosele en el rostro una clara expresión de preocupación— No puedo pagarlo —Me miraba a los ojos y arrepentida sentí que debería haberle consultado antes.

—No te preocupes, si lo va a hacer con madera de otros proyectos que me sobraron. Además, serán rampas simples, y ella me ha ayudado desde que es pequeña, sabrá cómo hacerlo rápido.

Ella fijó su mirada en mí y vi sus ojos cambiar, esta vez para mostrar cómo volvía la calma.

—De acuerdo, pero querría ofrecer algo a cambio.

Tuve miedo de que aquel gesto de gratitud por mi parte se convirtiera en una cadena de favores que jamás terminaría, por lo que no sabía si aceptarlo y ser yo quien frenara la cadena, o si obligaría a Ofira a hacerlo denegando su regalo. Sin embargo, cedí porque sus ojos me lo pedían.

Las letras de DevaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora