Capítulo Diez

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Tras dejar que Ofira volviera a colocar las bicicletas en el interior de la cabaña, nos adentramos a la casa con las telas enrolladas

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Tras dejar que Ofira volviera a colocar las bicicletas en el interior de la cabaña, nos adentramos a la casa con las telas enrolladas.

—¡Ya hemos vuelto! —gritó y apareció Dymas corriendo hacia su hermana.

Tras un reconfortante abrazo de hermanos, me miró y me saludó con la mano con entusiasmo.

—¡Hola! ¿A que huele bien? —Su sonrisa marcaba los hoyuelos de sus mofletes.

Olía a bizcocho recién hecho y nada más percibirlo solté un suspiro que mostraba mi debilidad por aquello. Ofira me miró y sonriéndome me dijo:

—Te comenté que haríamos bizcocho de limón para mi clienta favorita la próxima vez que vinieras.

Me ruboricé al volver a escuchar esas tres palabras. La primera vez que las pronunció no pensaba que pudieran ser ciertas, pero al escucharlas por segunda vez sentí algo dentro de mí que se replanteaba que quizá sí fuera así, pero ¿por qué? No había nada en mí que me diferenciara de las demás. No tenía motivos para verme como su clienta favorita.

—¿Te parece bien si dejamos las telas en el estudio y vamos a probarlo? —Sonreí al comprobar que seguía llamándole estudio a su dormitorio.

—Sí por favor, pesan bastante —Intentaba que no se me cayera los extremos que estaba sujetando.

—Dymas, cielo, espéranos en el salón, ahora vamos.

—¡Vale! Me voy con mamá —El niño se fue dando brincos.

Apoyamos los rollos de tela en la pared que compartía el escritorio y la máquina de coser, y me pidió que esperara en su habitación. Volvió con un maniquí de costura cuyo torso color beige estaba parcialmente tapado por una sábana blanca que colgaba arrastrándose por el suelo. Lo colocó en la esquina que formaba el armario y donde ahora estaban los tubos con telas. Recogió la sábana con dificultad, ya que parte había sido pisada con el pie metálico del maniquí, y me la ofreció.

—¿Me puedes ayudar a colocar esta sábana en aquel gancho?

Me quedé mirándola extrañada, ya que no entendía por qué querría colocarla en la esquina de la habitación. Y no pude evitar curiosear:

—¿Por qué si se puede saber?

— Es que... —hizo una ligera pausa mientras veía sus mejillas enrojecerse—. Me da un poco de miedo ver al maniquí por las noches acechándome desde una esquina.

Intenté aguantar la risa por aquella confesión tan tierna, me resultaba muy confortante que compartiera aquel miedo conmigo.

—¡No te rías! —Se le notaba nerviosa.

—Lo siento, no me río de ti, lo prometo.

No pareció convencerle mi promesa porque se dio la vuelta para enganchar la tela con el objetivo de, seguramente, no tener que mirarme a la cara por la vergüenza que estaría sintiendo. Yo acompañé su gesto, pero al contrario que ella, que alcanzó el gancho con facilidad debido a su altura, yo no pude hacerlo incluso poniéndome de puntillas. Ofira se percató de que no lo estaba logrando y ahora era ella quien se reía de mí. Pero dejé que lo hiciera, quizás porque en parte me lo merecía.

Las letras de DevaWhere stories live. Discover now