Capítulo Tres

601 105 56
                                    

Los ojos de Ofira se abrieron y por primera vez vi el terror en su mirada

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Los ojos de Ofira se abrieron y por primera vez vi el terror en su mirada. Sentí cómo el corazón se me encogía hasta sentirlo del tamaño de una almendra.

Se levantó de la silla y corrió fuera de la habitación, siendo perseguida por su pequeño hermano mientras yo me quedaba paralizada en el sitio.

¿Qué debía hacer? ¿Debía ayudar? Sí definitivamente debía hacerlo, ¿o no? Quizás la incomodaría. Pero, ¿qué había pasado? ¿Qué significaba que su madre se había caído? ¿Y por qué necesitaría la ayuda de Ofira para poder levantarse? ¿Tan grave había sido el golpe como para no poder levantarse sola?

Las manos comenzaron a temblarme y me levanté de la silla dirigiéndome a la puerta que, de lo contrario a cómo había permanecido durante todo el tiempo que estuvimos hablando de vestidos, permanecía abierta de par en par.

En la habitación del final del pasillo, desde la cual se escuchaba el llanto descontrolado del niño y unas vociferaciones cuyo mensaje no lograba comprender, salía una hermosa luz que contrastaba con el caos de la situación.

¿Debía acercarme a preguntar si me necesitaban? Aunque hubiese pasado toda la mañana junto a Ofira, seguíamos siendo un par de desconocidas, y yo estaba en su casa mientras había sucedido un accidente que había sacudido toda la calma que, tras varias situaciones de incomodidad, habíamos creado.

¿Quizás debía huir y hacer caso a mi miedo, o quedarme y hacer caso a lo que el corazón me pedía?

Sin darme cuenta, porque el tiempo estaba pasando demasiado rápido, me estaba dirigiendo hacia la puerta abierta de aquella habitación. Un pie delante del otro y con miles de pensamientos por segundo. Me paré en seco nada más cruzar por la puerta, llevándome las manos a la boca.

En el centro de la habitación había una cama cuyas sábanas blancas arrugadas estaban tiradas sobre el suelo, y a su lado, un largo camino de gotas de sangre. Una mujer, de apenas unos treinta y cinco años estaba en una silla de ruedas con la mirada perdida. Tenía una gran brecha desde el nacimiento de su cabello oscuro rizado hasta la ceja, desde la cual brotaba sangre sin cesar.

Ofira estaba intentando parar el flujo del fluido con unas gasas blancas que pasados unos segundos se convertían en unas gasas de color rojo vibrante. Sentí un ligero aroma metálico procedente de toda aquella sangre.

El niño agarraba la mano de su madre mientras no paraba de sollozar y la mujer miraba a la esquina de la habitación, también con lágrimas en los ojos.

—Lo siento mamá, perdóname. Debí haber recogido las sábanas del suelo. Perdón —apareció en ella una voz temblorosa, intentando ocultar las ganas de llorar.

¿Qué podía hacer? Nunca antes me había enfrentado a una hemorragia de esas dimensiones y, además, ¿qué hacía aquella mujer tan joven sobre una silla de ruedas? Sin darme cuenta comencé a arañar con nerviosismo las cutículas de mis dedos, las cuales ya estaban bastante perjudicadas por esa mala costumbre que nacía en mí cada vez que me encontraba en una situación angustiante.

Las letras de DevaWhere stories live. Discover now