CAPÍTULO 7

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Una cama al fin, se dijo Masroud cuando un lacayo le acompañó hasta una de las habitaciones, después de comer algo junto a sus hermanos en el llamado salón del Consejo. Era una recámara sencilla, sobria, pero a la vez amplia. Dejó caer su yelmo sobre una mesa cercana y procedió a quitarse el peto de su armadura. Pero al darse la vuelta no vio al hombre que le llevó hasta allí, sin embargo escuchó un gorgoteo en una habitación adyacente a la cual ni le había prestado atención.

Era agua, ¿Agua? Dioses, sí, una tina de agua caliente, pensó, mejor que lavarse a trozos con el agua de una jofaina. Pero, estaban en un segundo piso y por sus narices no había pasado nadie con un mísero cubo de agua.  ¿Cómo demonios? Se acercó a la puerta, la cual era de arco de medio punto, con una cortina la cual estaba descorrida hacia uno de sus lados.

La sorpresa que se llevó fue mayúscula. En el medio de la pieza había una pequeña piscina, la cual se llenaba en esos momentos con agua que fluía de unos artilugios que no había contemplado en su vida con forma de aves o animales imaginarios. El lacayo le miró y le indicó dónde había lienzos para secarse y piezas de jabón. Nunca las había visco de ese color violáceo. El jabón de grasa que ha veces usaban porque conseguían era de color terroso o amarillento, no aquella delicadeza perfumada.

No quería parecer un bárbaro, pero aquello lo maravilló como a un chiquillo.

El hombre que estaba a punto de preguntarle si necesitaba ayuda, sonrió.

––Todo aquel visitante de este palacio se sorprende con este antiguo invento. Se conserva del tiempo de la antigua Roma, aunque hay quién dice también que viene de aún mas allá. Hay una habitación con un gran depósito, a la misma altura que las habitaciones, bajo ella se mantiene un fuego siempre encendido, el cual también sustenta como horno a las cocinas. Si lo deseáis podréis visitarlo y contemplar con vuestros propios ojos. Los antiguos gobernantes han puesto mucho cuidado en preservarlo y tenemos personas que solo se dedican a su cuidado––explicó el lacayo..

––Lo haré sin duda––repuso Masroud con una sonrisa enorme al ver levantarse volutas de vapor del agua.

––¿Necesitáis algo más?––dijo el hombre tras girar las figuras. El líquido dejó de fluir, tras ello corrió las cortinas que protegían la pequeña pila––. Para desaguar, solo tenéis que empujar esa losa justo en el centro, saldrá todo el agua por ahí. Y tras aquel biombo, dijo señalando a una de las esquinas––, se ordenó poner un excusado privado.

Masroud asintió, agradecido al criado, pero prefirió continuar a solas. Dioses, era una maravilla sublime. Se sumergió desnudo en aquella piscina de agua caliente en la que cabían estirados dos personas al menos de su tamaño y cerró los ojos. Respiró hondo. La sala de baño, así lo había llamado ese lacayo, era un invento antiguo, sí, pero el solo recordaba tinas de madera o hierro y cubos de agua que calentar al fuego y horas de trabajo para ello. Eso era un placer de los mismos dioses, igual que ese jabón suave, que arrastró consigo el sudor y a sangre. Esta vez por suerte, en la batalla no había recibido ni una sola herida. Las gentes de aquel lugar habían confiado demasiado en su protección natural por esa cordillera apenas impracticable. No le extrañaba haber conquistado la plaza en un día y poco más.

Estaba tan a gusto, pero si permanecía un poco más se dormiría allí. Tenia mucho que investigar sobre aquello, y se encargaría el mismo que nunca fallase tamaño invento para el placer.

Apenas se secó, salió de la sala de baños. La cama estaba destapada, las sábanas de un blanco impoluto. No recordaba desde cuando no veía otra maravilla igual. Sin embargo nada más dejarse caer en su blandura y taparse con una suave colcha, con las contraventanas cerradas, y su espada junto a la cabecera, cerró sus ojos y durmió como hacía años que no lo había hecho.

Leyendas de los Reinos Velados, 2. Masroud el Implacable.Where stories live. Discover now