CAPÍTULO 19

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Una dama de blanco, con el cabello suelto castaño dorado apareció en la torre, el vigía del ejército de Kiran y Masroud les señaló hacia arriba. No era un sueño, apenas rayaba el alba,  no había niebla, una mujer vestida con ropaje largo, azotado por el viento, estaba justo en el borde de la almena. A esa distancia no distinguían sus rasgos, solo que estaba en serio peligro. Las voces de alarma sonaron en el castillo. ¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Qué hacía en la cima de la torre cuyo borde se asomaba a los contrafuertes y la puerta de entrada de la fortaleza?

¿Era Sayideh? Fue la primera idea que cruzó la cabeza de Masroud, saltando sobre su caballo, igual que su hermano, acariciando la flecha larga guardada en uno de los costados de su caballo, entre los arreos, apretando los dientes. Miró hacia su hermano, y lo supo, el mismo pensamiento cruzaba la mente del rey, aunque su cabello agitado e iluminado por el primer rayo de sol era de indescriptible color.

No les dio tiempo a hacerse más preguntas, la mujer dio un paso más en el vacío, chocando en su caída contra los contrafuertes de piedra oscura de la fortaleza. Los gritos de a las armas de Kiran se mezclaron con los que salían del castillo. Los soldados del Uro sobre sus monturas, fieles a su rey y a su comandante se lanzaron a la carrera sin durar un segundo.

Para la sorpresa de todos ellos las puertas se abrían, un hombre con solo una armadura, sin armas corría en pos del cuerpo de la mujer despeñada como poseído. Arrastró contra sí el desmadejado cadáver vestido de blanco manchado de sangre de su cuello roto e intentó llevarla hacia dentro cuando su cabeza se alzó para ver como más de cien hombres cruzaban el puente de madera y vadeaban el río al unísono en su contra.

Era el ejército del Uro.

Llevando en sus brazos el cuerpo inerte hacia la fortaleza, Rynounm no dio tiempo material a los soldados de volver a reforzar las puertas con las trabas tras su entrada. El enemigo penetró como un tornado, los pechos reforzados con petos de hierro de los caballos de batalla pujaron, rompiendo su formación, y los invasores estaban ya dentro de los muros matando a los soldados que intentaban cerrar la única entrada y fluyendo como un río sangriento en los hombres armados que intentaban defender del castillo.

Thais y Sayideh oyeron entre sueños el primer grito, tras ese sobresalto, bullicio, pero cuando el primer entrechocar de hierros llegó a sus oídos, la puerta que les guardaba en su torre saltó de sus goznes. La que creía su guarida inexpugnable estaba siendo asaltadas por los hombres de su padre. Sayideh no supo cómo, pero una daga estuvo contra su cuello, mientras Thais era arrancada de su lado. Él que sostenía el puñal donde latía su pulso era el esclavo nubio, este agitó una llave ante su rostro con usa sonrisa que mostraba la blancura de sus dientes.

––Lo lamento, mi señora, pero vuestro padre siempre tuvo esto en su poder. Habéis estado aquí encerrada hasta que él ha estimado conveniente. Los cerrojos que tenéis instalados son irrompibles, pero la copia de su cierro estaba en sus manos, todo era apenas una ilusión para teneros contenta y dominada a su antojo.

Los ojos verdes de la tigresa volaron hacia la joven reina, la cual, sin permitir que vistiese nada más que esa enagua basta, fue sacada de su cubil casi a rastras. La joven se resistía pero no era rival para dos hombres fuertes los cuales la tomaron de los brazos y se la llevaron de su lado sin poder impedirlo. Otros hombres retiraron su largo arco y las demás armas que tenía en su panoplia, al igual que sus vestiduras de batalla.

Sayideh permanecía quieta, apenas respirando. El esclavo de su padre sonrió. Apenas bajó la cabeza con un gesto entre servil y despectivo, riéndose de su indefensión. Ella esperó a que los que le robaban sus queridas armas saliesen, esperó hasta que el enorme Yafur se diese la vuelta despacio y se alejase un paso de ella, creyendo que estaba indefensa.

Leyendas de los Reinos Velados, 2. Masroud el Implacable.Where stories live. Discover now