CAPÍTULO 16

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Día de la Cosecha, en su reino apenas se celebraba, salvo alguna comida familiar, por eso desde que apenas tenía once años, Sayideh escapaba en su corcel hacia las fiestas del reino del Uro, disfrazada como in chico, y se fundía entre la multitud que se reunía en la aldea principal, bajo el castillo. Y lo conseguía año tras año. Esta vez, además tenía mucho más aliciente que los bailes, la comida o la bebida y las actuaciones callejeras de saltimbanquis. Tenía la completa seguridad que la reina Thais estaría allí, su única amiga por años, su salvadora de entre los muros de el Sanguinario. Aunque en ese momento su mente se dividía. Era obligación amar y respetar a la familia. ¿Pero y si tu familia llegó a cometer actos viles en el pasado? Ella nunca fue maltratada, al contrario, podía considerarse la favorita de su padre, la dejaba hacer y deshacer a su antojo. A pesar de haber pasado la edad de darla en matrimonio, Gyefer había respetado su deseo de permanecer libre.

Aunque dudaba que su hermano, en cuanto su padre faltase, no la enviase como si fuese un objeto en alguna alianza con algún noble de tierras lejanas, o simplemente se deshiciera de ella de forma rápida si molestaba demasiado, él ya tenía un heredero.

En el castillo del Uro no fue maltratada, aún habiendo cometido tantos desmanes, se dijo a sí misma. Salvo el punto de ser restringida por una cadena para dormir. Ella, en su caso, hubiese mandado a Masroud a las mazmorras. O quizás, también hubiera actuado exactamente de la misma forma, sometiéndolo con grilletes, en su cama, desnudo...

Sayideh se lavó la cara con agua fría del aguamanil para sacar de su cabeza tales pensamientos, se aseó como buenamente pudo. Maldito vetusto castillo sin una sala de baños medio decente. A su torre no podía mandar subir una tina de baño. Si quería darse un baño completo debía ir al río, fuese verano o invierno.

Una lenta sonrisa se formó en sus labios. Sí, el agua del río que cruzaba el bosque del oeste era limpia y fresca, bajaba directa, de los neveros, iría primero a entrenar con su tropa de amigos, pero luego necesitaría un buen baño.

Dar a esos soldados esquinazo a quienes la vigilaban como halcones, no sería tan sencillo, pero lo intentaría a como diese lugar. Tras las horas de ejercicio con espadas a pleno sol en el patio de armas, todos los chicos habían acordado ir a darse un baño en el río, ella se unió a lomos de su caballo y su par de soldados como escolta.

Al llegar al remanso donde acostumbraban a darse un refrescante baño, ella miró de soslayo a los dos guardianes que no le quitaban ojo de encima. Se bajó de su montura y se quitó su chaquetilla de cuero, la metió en una de las alforjas, doblada. Deshaciendo estaba el nudo que cerraba su camisa con total desvergüenza, cuanto estos mismos se miraron el uno al otro y murmuraron entre sí.

––Su padre nos mataría si alguno de los que aquí estamos la viésemos... en fin.. sin ropa...

––He de darme un baño––rezongó Sayideh, deshaciendo el nudo de su cuello del todo y sacando su camisa de sus pantalones. A punto estaba de tomar el borde de esta para sacarla por su cabeza cuando los soldados nerviosos casi gritaron.

––Tened conmiseración señora, o nos pasarán a todos a cuchillo––suplicaron a la tigresa.

Sayideh dejó su camisa en su sitio y se asió a las riendas de su corcel.

––Poco más arriba está un pequeño meandro, allí tendré intimidad, me llevaré al caballo, en sus alforjas está mi ropa limpia, los lienzos para secarme. Además, esta buena bestia me avisará si alguno se atreve a acercarse, lo entrené para ello––amenazó.

Los soldados aliviados le dieron paso franco mientras ella caminaba con tranquilidad hacia arriba de la corriente, riéndose para sí de lo idiota que podía llegar a ser un hombre.

Leyendas de los Reinos Velados, 2. Masroud el Implacable.Where stories live. Discover now