CAPÍTULO 17

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Sayideh no tuvo otra opción que seguir a su hermano, rodeada de su hueste a pesar de haberse rebelado, éste amenazó con dañar a Thais ante sus ojos. No iba a permitirlo. Abrazó contra sí a la joven reina, la cual notaba temblar contra su pecho a pesar de la protección de la cota. Tenía que hacer algo, no podía escapar pero quizás... Removió su capa, y al salir del circulo de luminaria del camino dejó escurrir con cuidado una de las monedas de oro. Rezó porque ninguno de los que la escoltaran hubiera visto su brillo al caer. Sin embargo estos estaban demasiado ocupados en comprobar que nadie les seguía como para observar su hábil movimiento. Apenas quince pasos después repitió el movimiento, la segunda moneda entregada a ella por Thais para el cambista quedó en el camino.

De alguna forma debía de señalar la senda, extraño sería que ya no estuviesen buscando a la reina sus propios soldados con su esposo a la cabeza. Esperaba que reconociese esa moneda. Era demasiado antigua y exótica para no pertenecer al tesoro del antiguo mercenario.

Sayideh cerró por completo su capa alrededor de ambas y se inclinó para susurrar en el oído de la reina.

––Las monedas que lleváis. Os haré una pequeña señal e id dejando caer alguna. Servirá para que si tenemos suerte, indicar el camino a vuestros hombres.

––¡Callad mujeres!––dijo uno de los soldados que las rodeaban.

Sayideh no se amilanó. Envolvió con su capa a la reina y contestó con altivez.

––La reina tiene frío, zopenco. La estoy cubriendo en mi capa para que no coja una mala pulmonía, pedazo de bestia––rezongó.

Un leve apretón en sus manos bajo la cubierta de lana dio aviso a Thais de que debía dejar caer una de las monedas que guardaba en bolsa de piel que ocultaba en su manga. La joven así lo hizo. Esperaba que esas pistas. más las huellas que esos idiotas no se molestaban en borrar tras ellos le diese al rey Kiran las pistas necesarias para seguir su estela. En el este comenzó a clarear. No habían dejado descansar a los animales en toda la noche. Eran unos buenos caballos, pero el suyo sufría más que ninguno al tener que soportar el peso de dos personas. Estaba casi tan cansado como ellas.

El castillo negro apareció ante sus ojos, ya hacía leguas que Thais había acabado con su bolsa de monedas. Pero la trayectoria seguida era inequívoca. Por una estupidez como ésta pronto estarían en guerra, y había sido culpa suya, le lamentó la joven reina.

Nada más llegar al castillo, Sayideh desenfundó su puñal escondido. No era demasiado grande, pero sabía manejarse con el acero por pequeño que fuese. Ayudó a bajar a la reina del caballo y saltó detrás, abrazándola a su espalda y amenazando a los que les rodeaban con el arma.

––Que ni un imbécil se atreva a tocarnos, o tendrá acero en la tripa en vez de la próxima comida, a fe mía–– con ese mismo aceró apuntó directo a su hermano––. Jodido idiota, con esto vas a comenzar una guerra. No quiero saber lo que opina padre de esto, no me importa. Ahora mismo, en este castillo, la reina Thais es una invitada, y... ay de vosotros si alguno intenta herirla. ¿Queréis comenzar una guerra? ¡Id a jugar a los soldaditos! Pero a la reina y a mí dejadnos en paz. Y puesto que siempre padre ha querido que me comporte como princesa, ahora actuaré como tal. Subiré a mi torre, quiero un sirviente allí lo más rápido posible con comida y bebida para agasajar a mi real convidada.

Caminó con la reina de la mano, sin dejar de apuntar a cualquiera que diese un paso en mala dirección, llevándola a paso rápido a la torre circular donde estaba su guarida. A pesar de que su puñal no era rival para una espada, nadie se atrevió a contrariarla, dejándole paso. Ni siquiera su hermano, que continuaba sobre su caballo alazán sin mover un músculo, sin embargo escuchó alta y clara su voz a su espalda cuando entraba en el vestíbulo.

Leyendas de los Reinos Velados, 2. Masroud el Implacable.Where stories live. Discover now