CAPÍTULO 27

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Sayideh se encontraba con las faldas alzadas, el trasero embutido en unos pantalones de cuero que dos costureras se esforzaban en ajustar. Estaban hecho para la tropa, el trasero femenino, más rotundo, las hacía estirarse de manera provocativa en ciertos sitios y no ajustarse demasiado bien en otros.

Thais las rodeaba, mirando desde distintos ángulos, dando órdenes de cómo disimular las formas femeninas. Sayideh resoplaba inquieta.

––Uff, es demasiado trabajo––dijo sin querer ser tanta molestia para las mujeres.

––Una vez ajustado este, los demás se harán a tus medidas, al menos un par más de cuero, uno más grueso para el invierno y otro para el entretiempo.

––¿Decís tres?––la tigresa rio––, sólo puedo ponerme uno a la vez, y en mi hogar no me lo hacían hasta que no se caía casi a pedazos.

––Por los dioses, Sayideh, Aquí los usareis con túnicas más largas para que os protejan de las miradas lascivas de los hombres. Sois una dama, recordad––dijo una de las otras damas algo remilgada.

––Ay, mi deliciosas y ambles señoras, nunca he sido más que un guerrero en ese castillo, que ni siquiera puedo llamar hogar, ya conocisteis mis aposentos mi reina––suspiró Sayideh––usaba la misma ropa que le resto del ejército, solo que a mi medida. Tenía una para el verano y otra para el invierno. Me bañaba en el río para limpiarles el barro y la suciedad y que no perdiera sus formas.

––Eso quedó atrás. Estoy diseñando unas faldas para que montéis y no perdéis la dignidad e una dama, a pesar de usar esas calzas de piel––dijo otra de las damiselas con amabilidad.

Sayideh pensó para sí que toda dignidad y todo lo demás lo perdió anoche en la cama de Masroud. Pero eso era demasiado para decirlo a viva voz ante desconocidas. Quizás en un aparte se lo dijese a Thais, ya lo pensaría. Apretó sus muslos un poco incómoda aún de la primera experiencia sexual vivida en brazos de un hombre, y se sorprendió a sí misma deseando más ahora mismo si pudiese.

La puerta a espaldas de Sayideh se abrió, golpeando el muro con estrépito. Los grititos de las mujeres que allí cosían parecieron como el de pájaros asustados, hirieron los oídos de Masroud. Todas las miradas de las féminas se volvieron al imponente guerrero de cabello castaño y ceño fruncido, pero los ojos de este estaban posado en el redondo trasero solo cubiertos por las calzas de piel que le estaban preparando a Sayideh que sujetaba sus faldas alrededor de su cintura.

La tigresa se volvió a mirarle, pues las costureras tironearon de sus faldas para cubrir sus largas piernas. ¿Quién demonios era el intruso? Su mirada se cruzó con la de él, Masroud, sus ojos color verde grisáceo anunciaban tormenta. ¿Porqué?

La voz templada y diplomática de Masroud resonó por toda la sala esquinera, a pesar de su hosca expresión.

––Mi reina, damas, perdón por la intromisión sin ser anunciado––las reverenció con parsimonia.

––¿Qué ocurre Masroud?––preguntó Thais tranquila, interponiéndose entre ambos contrincantes.

––Con su venia, necesito hablar unos minutos con la dama Sayideh.

––¿A solas?––dijo la reina en tono juguetón.

––A solas mi reina, ella puede venir conmigo o...––dijo Masroud a la joven Thais.

––No, no os preocupéis, sé que sois todo un caballero, la dama estará segura con vos entre estas cuatro paredes incluso a solas. Las demás mujeres y yo iremos al jardín un rato a contemplar las rosas recién nacidas. Son muy hermosas en esta estación. Así que os dejaremos unos minutos en compañía. Pero no tardéis mucho, el jardín no es demasiado grande. Seguidme damas, tomaremos algunas para adornar las habitaciones.

Leyendas de los Reinos Velados, 2. Masroud el Implacable.Where stories live. Discover now