28 || Hola, amigos. ¿Ustedes son pareja?

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Punto de vista de Finn

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Punto de vista de Finn

La sensación de frío en una ciudad húmeda como Villa Rey era totalmente distinta a la que teníamos en Counterville.

Desperté temblando de frío, y aturdido al no saber dónde estaba. Todo estaba oscuro y solo veía borroso hasta que mis ojos fueron acostumbrándose. Seguía en el mismo lugar de antes. Lo confirmé cuando observé la misma constelación en el cielo, brillando como ella misma.

Una mano helada se coló por mi espalda, y lo único que me detuvo de gritar fue notar que Bee dormía de forma plácida sobre mí.

Sonreí al verla.

Pero aquello no me quitó su mano helada de la espalda.

—¿Bee? —susurré cerca de su oído. —Bee, nos quedamos dormidos —comenté. Ella emitió un pequeño quejido y acurrucó su rostro en mi pecho. Tomé su espalda para evitar su caída mientras buscaba el móvil en mi bolsillo.

Eran casi las tres de la mañana.

Observé el cielo de nuevo y suspiré. Me hubiese encantado llegar a casa luego de ese largo viaje, y contarle a mamá todo lo que había vivido. No podía evitar pensar en lo bien que se encontraba antes de todo, o al menos, eso nos hacía pensar. Repetía en mi mente lo tonto que fui al no notar que ella no se sentía feliz.

Ella tomaba sus medicaciones, su doctor comentó que después de varios años, ella se encontraba mejor.

¿Qué había cambiado? ¿Por qué nos dejó de pronto?

Eran preguntas que jamás tendrían respuesta. La depresión era sin duda un trastorno silencioso.

Pensaba en mi padre y en la basura que se había convertido. ¿Desde cuándo unas monedas eran más importantes que la familia? ¿Cómo podía preferir hacerle daño a tanta gente a cambio del cochino dinero? Me dolía. Mi padre no era el mismo que yo conocía, y lamentablemente, empezaba a creer que jamás lo conocí como tal.

La codicia había convertido a mi padre en una persona aterradora.

De pronto, el hombre que me enseñó a atarme los cordones, se había transformado en aquel monstruo de temer. Aquel que aún no sabía hasta dónde podía llegar por un pedazo de plata.

Sentía asco.

Noté que empecé a hiperventilar, tragué saliva y alcé un poco el rostro, evitando el sollozar. No iba a llorar más por él. Mi padre no merecía una más de mis lágrimas. Yo no le iba a dar ese gusto. Así estuviese a miles y miles de kilómetros lejos de mí.

Inhalé y exhalé como Bee me enseñó tantas veces antes. Ese pequeño ejercicio de respiración me había ayudado tantas veces, y aquella no fue la excepción.

Y así como la mencioné en mis pensamientos, sentí cómo de pronto me abrazó más fuerte. Su mano ya no estaba tan fría como antes, así que no me fue tan complicado seguir.

Entre mis recuerdosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora