Código rojo

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La calma nunca llega por más que la busco. Ian siempre viene a mi vida a ponerla al revés cada vez más. Ya estoy perdiendo el control de lo que quiero y todo lo que deseo. En mi vida tengo un código, todo tiene que estar en mi control y no puedo desear algo que no puedo tener. Sí, soy obsesiva compulsiva maniática del orden. Nada puede cambiar ni estar fuera de mi control. Ian es un algo que no puedo tener. Es un deseo que no puedo tener.

—¿Qué quieres de mí ahora? —Pregunto temerosa.

—Vine porque realmente me gustó lo de ayer y quiero repetir. —Dice incorporándose de la cama y aprisinandome contra la ventana francesa. Me intento escapar pero él pone ambas manos peligrosamente cerca de mi cintura y humedece sus labios provocativo.

—Yo no quiero. —Digo recelosa sin mirarle a los ojos pero el toma mi mentón y me obliga a mirarlo.

—Ambos sabemos que siempre no está mal caer en la tentación de vez en cuando. Tú me deseas y yo también lo hago, seré bueno contigo si me das una oportunidad. Te haré tantas cosas que querrás volver. —Susurra y peligrosamente desliza su lengua por mi cuello, volviéndome loca.

—Perdonáme pero no. No soy tu fulana. —Digo y miro a traves del espejo como sonríe en su tortura. Estoy cayendo lentamente, lo sé.

—Eso perfectamente es lo que quiero. Que seas mía pero no mi fulana. Vales más que eso. —Dice y me posesiona contra su varonil erección. Puedo sentir cuanto me desea e incluso verlo.

Algo en mi mente se desconecta y siento como lentamente pierdo el control de mí misma. El lado oscuro que tanto he estado negándome a sacar, resurge y reclama salir a hacerse con el control. Siento como lentamente pierdo el control cuando me toca. Su mano derecha sujeta mis muñecas y las esposa para deslizar su lengua por mi cuerpo. Sus manos ágilmente deslizan mi toalla y quedo completamente desnuda y a su vista. No puedo explicar cómo es que no siento vergüenza. ¿Alguna respuesta o teoría? Digamos que es el deseo lo que me vuelve tan loca por él.

—Sé que en lo profundo de tí hay una Astrid Evans pervertida y posesiva que grita por salir. Una terrenal y adicta a que la traten como una chica mala en la cama. Ésa, grita por salir y yo estaré más que dispuesto a sacar a ésa Astrid a la superficie. —Susurra contra mis labios. Lo miro a los ojos y veo la humedad de sus labios al saber que ya no tengo miedo de mirarle a los ojos.

—¿Deseas ser mía, Astrid? —Pregunta humedeciendo sus labios con malicia. Yo muerdo mi labio y sonrío provocativa.

—Quiero serlo. —Digo en un susurro en su oreja mientras lamo su lóbulo.

Sé ser mala ahora gracias a todas las horas viendo 365 Días y todos los libros eróticos que he estado leyendo en éstos días. Se desabrocha los jeans y veo sus boxers negros. Posesivamente me abre las piernas y baja hasta quedar a la altura perfecta de mi vagina y él posesiona mis piernas sobre su cuello y su lengua se introduce en mi sexo. Su lengua se mueve ágilmente y me hace gemir. Estoy cada vez más deseosa de que esto no termine nunca y que con cada movimiento de su lengua me lleve al clímax.

Un gemido tras otro surgen de mis labios y me aferró con todas las fuerzas que me permiten mis manos esposadas. Él se aleja cuando justamente estoy al punto de venirme y desliza sus boxers y deja a la vista su erección. Nunca en mi vida había visto una polla tan grande. Eso me excita aún más y me trepo a horcajadas sobre su cintura. En sus húmedos labios se forma una pervertida sonrisa y le arrebato la llave mientras fundo mis labios con los suyos. Tienen un sabor tan adictivo que me hace querer morder cada vez más sus labios rojo cereza que sabe usar tan bien. Me zafa las esposas y me lleva hasta la cama, en donde con sonrisa provocativa se sube felinamente sobre mí. Uso mi mano disponible y le golpeo. Él ríe y no me suelta. Muerta. Por suerte, puedo escuchar como Verónica me llama y él ríe soltándome. Recojo rápidamente mi toalla y él me lanza un beso y muerde sus labios con una sonrisa malintencionada. Maldito pervertido.

—Nos veremos la próxima ocasión. Sólo llama y vengo. —Dice en un susurro después de robarme un beso y entregarme un papel con su número.

—No soy tu puta. —Digo abofeteándole. Él ríe y lame mi dedo índice.

—Hasta la próxima, ratoncito. —Desaparece tras la ventana francesa de la habitación.

********

—Astrid, venga, vamos al cine. —Roga Verónica. Llevábamos media hora discutiendo por ir al cine y con Oliver. Me he negado tanto que ella sigue preguntándome.

—He dicho que no. —Digo cerrando la puerta de mi habitación.

La luz del sol del crepúsculo me dislumbra y sonrío ante su calor. Es increíble a en sólo abril haya un sol tan abrazador como el de verano. No sé cómo pero adoro el clima. Los días soleados no son mis favoritos pero hoy es una excepción. Estoy tan eufórica que me siento en mi tumbona y me dejo atrapar por el sol hasta que una voz me saca de mis pensamientos. Ian Winbrook.

—¿Disfrutando del cálido abrazo del sol? —Dice sonando bromista. Aunque suene extraño, me he acostumbrado a su forma de ser y me siento bien en su compañía.

—¿Qué haces aquí? —Digo sin poder entender el porqué de su pregunta, enarcando una ceja.

—Lo mismo que tú, ratoncito. Soy un humano común y corriente como tú que también le urge tomar el sol. —Me evade.

—Sinceramente ése es tu problema, nunca te gusta perder. —Perdonadle por ser tan idiota y estar tan bueno. Lo último, mejor ni me hagáis caso. Estoy perdiendo la cordura con él.

—Eres mía y de nadie más que yo, deberías siempre recordarlo. —Dice de vuelta al ataque. Odio cuando se quiere pasar de listo conmigo.

—Por no sé cuánta vez te repito. NO SOY TUYA.

—Yo soy tú y no me adelanto a los acontecimientos, de todas maneras estás más que loca por ser mía.

Se baja del muro y yo me pongo en fase de alerta ciclónica. Si me toca, le pego con la maceta del cactus que tengo a mi lado. Peligrosamente, él se sube encima de mí y me agarra las muñecas con una mano mientras que con la otra desabrocha mi sostén del bikini. Por más que lucho, por más que lo odie, está y se siente tan jodidamente bien que me toque y me haga extremecer del placer.

Soy masoquista, lo sé. Es como si mi cuerpo clamara su tacto, como si el simple roce de sus dedos sobre mi cuerpo me pidieran frenéticamente que él me hiciese suya. Mis labios claman conocer el sabor a cigarrillos de uva de sus labios rojo cereza, siempre húmedos y ahora entreabiertos. En tan sólo segundos mi mente se trastorna con la imagen idílica de Ian sobre mí, semidesnudo y con sólo sus pantalones de dormir. Mi cuerpo arquea y su mano se desliza hasta mis bragas. Gimo de placer y él las desliza.

No voy a caer, Ian, ésta vez no. Lo abofeteo y salgo huyendo, pero lastimosamente nunca logro mi cometido y Ian me atrapa. Pataleo y muerdo una y otra vez su hombro pero ni caso hace. Me lanza contra su cama y me esposa a ésta. ¿Qué queda de mí ahora? Malditamente estoy supremamente jodida. Ian tiene el poder sobre mí y no puedo hacer nada.

—¿Últimas palabras? —Pregunta juguetón.

—Sólo cuatro. JODETE, IAN WINBROOK. —Digo y luego él funde nuestras bocas en un beso mientras desprende mi ropa.

Lovesick GirlOnde as histórias ganham vida. Descobre agora