-La necesidad de mi Luz-

31 1 0
                                    

    Todo era ruidoso, demasiado ruidoso. Los estruendos se deslizaban por mis tímpanos, aturdiéndome. Tapé mis oídos, pero era insuficiente, todo era un caos total. Fue la primera vez que la densa oscuridad que nublaba mis ojos me mareaba, me asustaba. En ese pequeño lapso volví a ser aquella niña vulnerable de mis pesadillas a la que le apagaron las luces y no las volvieron a encender.

   Un sollozo escapó de mis labios y mi ceño se frunció a mas no poder, mi corazón gritaba incesante ante mi desdicha. Necesitaba un halo de luz que me consuele, tal vez un simple brillo que surque mis ojos daría calma a mi ser y despejaría el pánico que me carcomía.

   Luz, la necesitaba.

   Con desespero di vueltas en mí misma, sentía como mi largo y desordenado cabello cubría mi rostro como un tétrico velo mientras agachaba mi cabeza en un vano intento de detener el dolor. La gente iba y venía a paso rápido en todas direcciones.

   Nadie me veía, yo no veía a nadie.

   Las bocinas sonaron más fuertes, los murmullos estaban por todas partes, pasos y pasos se escuchaban a mi alrededor. Moví mi cuerpo tratando de orientarme sin saber a dónde se dirigían mis pies, los hombros desconocidos me golpeaban dejando adoloridos los míos, pero seguí caminando a lo extraño mientras escuchaba a los niños llorar, a los teléfonos sonar, voces enojadas gritándole a otras voces enojadas ¡Y esos malditos motores que nunca se detenían!

   El olor me sofocaba, ardiendo en mis fosas nasales, el humo entraba y salía de mis pulmones mezclado con el olor a aceite quemado y sudor. Hacía calor y yo seguía caminando presa del pánico entre la multitud. La ropa se me pegaba a la espalda al igual que mi pelo en el rostro. No recuerdo cuando comencé a jadear, pero el oxígeno comenzó a desaparecer. Mis manos que no se habían despegado de mis oídos comenzaron a temblar fallando en su intento de amortiguar la desgracia.

   Y fue ahí cuando sentí gotas calientes salir de mis ojos y rodar por mis mejillas hasta fusionarse amargamente con el sudor en mi cuello. Y paré. Me detuve abruptamente y retrocedí tambaleante a la vez que las lágrimas corrían por mi rostro sin intenciones de detenerse.

   Mi mandíbula se tensó con fuerza haciendo crujir mis dientes ruidosamente, pero no me importó, mi respiración cada vez más fuerte y entrecortada se confundió con aquellos dolorosos sollozos que raspaban mi garganta, mis piernas se debilitaron amenazantes y tropecé sobre mis pasos chocando de espaldas con una dura pared de ladrillos, el aire se escapó de mis pulmones por un momento debido al impacto y, ahogándome con la bocanada de oxígeno que trate de recuperar, mis piernas por fin decidieron colapsar.

   Perdida, perdida.

   Todo era tan oscuro, no era justo ¿por qué todo siempre tiene que ser tan aterrador?

   Escondí desesperada mi cabeza entre las rodillas mientras todo mi ser temblaba, estaba hecha un desastre, mi respiración era demasiado ruidosa, pero seguía sin poder escucharla debido a ese desagradable y silente pitido que me aturdía. Quiero llegar al punto de tan solo poder escucharla, luz, incluso con permitirme acariciarla por un solo segundo me deleitaría a tal punto de que no sentiría merecer aquella dicha.

   Pero no, ni su calidez me alumbra ni mi oscuridad la atenúa.

   ¿Esto es todo? Gritos, no sé de dónde vienen aquellos gritos. No sé si son míos o de los niños que lloran. Ya no sé nada ¿Qué podría saber? Ya no sirvo para nada. ¡Jah! ¿alguna vez he servido para algo?

   Un mareo perturbó el escaso equilibrio que mantenía mi cabeza sobre aquellas rodillas temblorosas que ya desconocía que me pertenecían y caí de costado logrando escuchar el sonido seco y crudo que hizo mi cabeza al chocar con el pavimento caliente. Sentí como mi respiración se fue desfalleciendo de a poco, quería levantarme, el piso me estaba quemando la piel, pero ni mis sollozos tenían las fuerzas para deslizarse por mi garganta. Lo único que quiero es volver a escuchar como es el mundo a través de mi luz, pero al intentar alcanzarla por mí misma me lleva a la situación en la que me encuentro en este momento.

   Me sentí un fracaso ¿Así es como terminaría?

   Cerré en vano mis ojos. Solo necesitaba un toque de ella, luz es lo único que necesitaba, pero oscuridad es lo único que siempre tendré, porque yo lo soy, porque ella soy yo, porque oscuridad es la única que está frente a mis ojos sin importar cuan brillante esté el dia. El miedo de estar sola es porque siempre que lo estoy aquella oscuridad me atormenta. Justo como ahora.

   El ruido se sentía lejano, sentía las vibraciones de aquellos miles de pasos apresurados pasar a una distancia peligrosa, a ellos no les importaría pisarme, a mi tampoco. Sentí como los últimos trazos de mi conciencia se iban atenuando junto con la poca voluntad que tenía de mantenerme despierta, no valía la pena.

 - ¡Oh por dios cariño! – una voz demasiado familiar erizó todos mis sentidos, pero aun así no pude abrir los ojos, quería abrirlos, aunque no sirviera de nada. – Acá estoy amor, no te preocupes ¿sí? Acá estoy. Lamento llegar tarde, dios.

   Sentí como unos delgados brazos me enderezaban delicadamente y me acunaba. Su corazón latía frenético y su respiración estaba agitada como si hubiera corrido una maratón. Sus suaves manos recorrieron mi rostro en un intento casi desesperado de limpiar mi sudor, o tal vez de comprobar de que realmente estaba en sus brazos.

- Oh, por favor hermosa no vuelvas a hacer eso, no vuelvas a asustarme así. – su voz temblaba y me atrajo más a su cuerpo.

- ¿Luz...? – las palabras se deslizaron vacilantes por mis labios, temiendo una negativa que rompiera mi corazón. Escuché una pequeña y dulce risa que hizo que su cabello rizado tocara mi mejilla.

- Si cielo, soy Luz, soy tu Luz. – El alivio relajó todo mi cuerpo y alcé mis manos lentamente. Con cuidado me deslicé sobre su cuello, subiendo por su afilada mandíbula y rozando aquellos aretes graciosos que le regalé en su cumpleaños, sonreí ¿por qué los seguía usando? Mis dedos se deslizaron sobre sus cálidas mejillas y tantearon el borde de sus labios que se curvaron en una sonrisa.

- ¿Vamos a casa amor? – preguntó con dulzura tomando mi mano para ayudarme a levantarme. El mundo se volvió silencioso, solo nosotras dos existíamos. Asentí emocionada mientras escuchada su tintineante y pacifica risa. Con una mano me tomó de la cintura y la pegó contra la suya, la otra mano se deslizó por mi nuca hasta que sentí unos suaves labios unirse con los míos.

   Sonreí y la besé como si no nos hubiéramos visto en diez años, lloré como una bebé y no me importó. Porque éramos una, porque ella era mi Luz y porque la estaba besando.

Poesía y cuentos cortos - AntologíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora