-Inhumano_

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Moriría, no de dolor, sino por locura, de soledad, solo observando como a medida que pasaba el tiempo, tan lentamente, sus pensamientos divagaban retorciéndose y ramificándose como un podrido árbol en un desierto.

Repugnante a la vista. Perdiendo lo poco que le quedaba de humano.

Su jadeante respiración se fundía con el denso aire húmedo de la oscuridad. Era doloroso y pesado en su pecho, como si se ahogara con cada aliento que luchaba por conseguir, pero nunca llegando al clímax de su tortura.

¿Hasta a la muerte le resultaba repulsivo?

Obligado a no ceder ante su desdicha, privado de sus sentidos, vulnerable ante su propia mente... era como un cadáver, pero sin llegar a ser tan persona.

Dolía el corazón, el alma y dolía el pensamiento.

Aun cuando el sufrir, lamentablemente, mantenía en un milagro el delicado hilo que era su vida, la costumbre le jugaba en contra: la agonía por momentos se volvía amiga, como un zorro traicionero que al apuñalarte por la espalda te pide perdón.

Podría decirte como se siente estar muerto con la mente andando, pero si te cuento desde mis pútridos ojos perdería el dramatismo que anhelo para no adentrarme en el tentador pozo de la demencia. Así que el sinsentido que soy seguirá tratándose como tal, mera parodia de un ser, casi un objeto, pero sin utilidad alguna.

A veces, en el eterno colapso del marchito cuerpo, el destino es cruel y le envía una dulce brisa de recuerdos. Le deja saborear la fantasía, riéndose en su cara y deformando la suya de malicia, porque ese bulto retorciéndose en el suelo no parece digno de la misericordia de ningún dios. Con falsa ternura maternal le otorga la ilusión de humanidad y se deleita del ser ingenuo antes de arrebatar con sus garras la poca luz que había avistado en un buen tiempo, al menos en aquella sombra amorfa y confusa que quedaba de este.

Allí quedaría, encadenado a un castigo divino sin la opción siquiera de postrarse por clemencia, de gritar por salvación, de susurrar un perdón al sofoco del aire. La desesperación hace que uno tienda a ya no buscarle un sentido a su situación, sino que te lleva a un desgarrador lamento que se arraiga al alma, porque ¿cuál fue tal monstruoso pecado a cometer para ser reducido a menos que un sucio gusano en el abismo?

Al final puede que termine como un cumulo grasiento y mohoso de carne que jadeante aún busque aferrarse a la conciencia con gruñidos ahogados cual bestia, quizá en un acto de pura solidaridad la parca decida compadecerse de su sufrir y lo acune en sus brazos fúnebres finalizando la lucha, o simplemente el dolor por fin se fusione con aquel fiel compañero, siendo uno, y se deje llevar por la droga del delirio en aquel frío para que con una mueca desquiciada, tal vez una sonrisa, exhale por última vez, en una toz rasposa, el aliento sucio que guardaban sus pulmones.

Podría morir por locura, de soledad, pero realmente no importaba. No soy más que un ser nauseabundo que ha sido despojado de toda gracia, de toda humanidad, y por ello nadie notaría mi ausencia como menos aún mi existencia, porque no importa, porque eso soy: inhumano.

Poesía y cuentos cortos - AntologíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora