-Sombra-

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Desde que nací una pequeña sombra revoloteaba bajo la profundidad de mis pasos, esperando un misero momento de debilidad para hacer quién sabe qué, pero sabía que no debía dejar que aquella me atrapase. Dia a dia pude verla seguirme desde abajo, pero era impotente ante mí, la luz cálida que me rodeaba no le permitía acercarse lo suficiente, ni como para tocarme, y yo me sentía segura.

Sin embargo, a medida que crecía, la luz se debilitaba y la sombra se acercaba cada vez más y más, volviéndose gigante. Hubo una vez en la que la luz que me rodeaba se volvió tan débil y carente de su brillo que aquel monstruo llegó a tocarme. Fue uno de los momentos más aterradores de mi vida, el miedo se había incrustado en mis huesos y corría por todo mi cuerpo a través de mis venas como vil veneno.

Recuerdo que estaba sola y por ese pequeño toque mi vida se había distorsionado al igual que mi mente, el peso de mi cuerpo se duplicó, pero la carne a duras penas se aferraba a mis costillas. Mis mejillas se ahuecaron y la luz que emitía la balanza en la noche, con esos tétricos números, me comía viva. Uno nunca esperaría aquel punto en el que se levantara de la cama y sus piernas comenzaran a temblar. Incluso ahora tengo este macabro pensamiento de que esa fue mi mejor época; donde el enemigo solo era el espejo y lo que masticaba.

Tengo la clara vivencia de sentir como el diminuto toque de la sombra pasaba a convertirse en una mano agarrándome fríamente la nuca. Dime ¿cómo es posible que tus ojos se forzaran a cerrarse y que al lograr abrirlos tu cuerpo se hallara deformado?

Mis rodillas tienen aún las cicatrices de aquellos tropezones frente al refrigerador, que me parecía tan grande pero tan vacío, llamándome a la madrugada cuando yo iba obediente a recibir la dosis y a manchar mis labios.

Aprendí a vivir con la mano de un monstruo en mi nuca.

Aun así, recuerdo que hubo un vago rayo de esperanza en un corto lapso de tiempo. Será cosa de suerte u obra del azar, pero creo que fue el único momento de casi paz que tuve. La luz se fortaleció a mi alrededor, la compañía me abrazó y una sonrisa se tatuó en la comisura de mis labios con una calidez reconfortante. Conocí aquello que llaman felicidad sin distorsiones, donde no era más que una simple adolescente que no podía ver a la sombra que la acechaba, que ignoraba a la sobra que la acechaba.

Y en estos momentos es en donde creo que los hermosos sueños que se viven son más crueles que las peores pesadillas que se tienen al dormir.

De esa hermosa luz que me rodeaba una gran porción murió, en un vaivén se marchitó y resecó cual flor de otoño en plena primavera, haciendo que tire repentinamente abajo a las que quedaban, mil agujas se clavaron en mí y solo me faltaba que aquel monstruo me diera su tan ansiado abrazo para que por fin pudiera partirme en pedazos.

¿Habrá sido aquella la calma antes de la tormenta? Tal vez fue su ojo, pero lo que tengo por seguro es la imagen de aquel momento. Extendió con ansias sus brazos, sería mejor decirles garras, y me acunó como la parca con su largo velo lo haría: tan suave y dolorosamente, torturándome. Todo se volvió neblinoso, la sombra se deslizó como un paracito por mi sangre, inundando cada rincón de mi inestable cuerpo. Cuando todo se vuelve negro, cuando todo es tan confuso porque sientes como se desgarran tus entrañas y se retuercen tus catastróficos pensamientos, pero al tu alrededor nadie lo nota... ¿en qué se diferencia a estar muerto? 

Poesía y cuentos cortos - AntologíaWhere stories live. Discover now