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Directos al Inferno

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Directos al Inferno

La noche oscura y gélida comenzó a cernirse sobre Adar como el depredador sobre su presa.

El frío invernal era un susurro que se colaba por la ventana de Nashira, meciendo sus cortinas de un lado a otro, creando figuras extrañas en la oscuridad. Se acomodó su gran sudadera gris, abrigándose del frío antes de cerrar la ventana de su habitación.

Llevaba alrededor de media hora escuchando susurros, provenientes de la planta baja, que cada vez se iban alzando más en el silencio que la rodeaba. Abrió la puerta con cuidado de no hacer demasiado ruido y desvelar que estaba despierta. Salió hacia al pasillo y lo recorrió hasta la entrada del salón en puntillas, casi sin tocar el suelo.

Se apoyó en una de las columnas y aprovechó las sombras que hacían para ocultarse mejor.

Entonces, dos personas captaron su atención por completo, lo último que se esperaba era encontrar a los padres de Fayna allí. Hizo un ademán de acercarse un poco más para poder escuchar mejor, pero al final optó por seguir oculta tras la columna.

—Se marchó esta mañana y todavía no ha vuelto —volvió a hablar Chaxiraxi, con la amargura invadiendo su tono de voz.

Magec, por otro lado, tenía los hombros de ella rodeados con su brazo, reconfortándola de alguna forma.

A pesar de los años, Nashira no dejaba de sorprenderse sobre el gran parecido que tenían Magec y Fayna físicamente incluso siendo él un tigot y ella una ctónic. Aun así, no podían negar que eran padre e hija.

—Encontré que tenía uno de los viejos libros de la biblioteca del Este, aquel que narra teorías de nuestra historia y que, incluso, tiene imágenes de nosotros o que se asemejan. No tuve otra opción que castigarla —continuó la madre de Fayna, igual de desolada que hacía unos segundos.

Su madre y Chaxirari eran amigas desde hacía siglos.

Había sido una de las pocas y más admirables relaciones en los Tres Mundos entre dos especies.

A la gente, siglos más tarde, le seguía sorprendiendo que una ctónic, con su crueldad y su poder, y una espectro del Abora con su sumisión y a la misma vez rebeldía, fuesen capaces de tolerarse, de vivir en paz y disfrutar de la compañía de la otra.

Sin embargo, esa amistad, tras el destierro de Chaxiraxi de Echeyde se había vuelto en algo mucho más fuerte hasta el nivel de que Meissa —su madre— atacaría por Chaxiraxi, y Chaxiraxi mataría por ella.

Nashira se fijó en como su madre se enderezaba en su sitio, cuadrando los hombros.

No necesitaba siquiera escucharla hablar para saber que lo que iba a decir sería honestidad pura, aquella que nadie quería oír, mucho menos cuando es un «te lo advertí», pero sin pronunciarlo en voz alta direcatamente.

Yin. El bien dentro del malWhere stories live. Discover now