XXII| El poder y su castigo

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El poder y su castigo

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El poder y su castigo

Estaban todos reunidos en el salón de los Abor.

Meissa le dio un nuevo sorbo a su té mientras observaba como su hija y el tigot no dejaban de moverse de un lado al otro del salón.

Había llegado inquietos del instituto y hablaban acelerados de algo que seguía sin comprender.

Continuaban inquietos, pero no habían dicho absolutamente nada en veinte minutos. Así que el silencio había invadido cada rincón del lugar, poniendo en sobre alerta a Meissa, porque sospechaba que lo que sea que los dos niños estaban maquinando, no debía ser bueno.

Le dio un nuevo sorbo a su té antes de dejar la taza sobre la mesa y levantarse del salón. Se estiró la túnica blanca que vestía y carraspeó, captando la atención de ambos, pero no dijeron nada.

Se marchó a la cocina con la taza en la mano, la dejó en el fregadero y regresó de nuevo al salón, donde todo parecía igual que hacía un par de segundos.

—¿Pensáis hablar en algún momento, queridos míos? —cuestiono, captando de nuevo la atención de los dos.

Orión y Nashira intercambiaron una mirada entre ellos.

Ella, por otro lado, volvió a sentarse en el sofá y alcanzó una de las revistas que descansaba sobre la mesa de café. Hojeo un par de veces una de ellas, esperando con la escasa paciencia que mantenía que alguno de los dos hablara, pero no ocurrió.

Orión terminó por sentarse en el pequeño sillón, después de dar incontables vueltas sobre sí mismo; Nashira, sin embargo, se mantuvo de pie, empezando a mordisquearse las uñas de los dedos.

—Hija, deja de comerte las uñas —la regañó con dulzura, a pesar de lo irritada que estaba por el pacto de silencio que mantenían.

Nashira levantó la vista del suelo en respuesta y clavó su par de ojos grises —idénticos a los suyos— sobre ella. Observó como tragó saliva con dificultad y soltaba el aire con lentitud.

—¿Mamá?

—¿Dime? —respondió Meissa, palmeando el lugar de su lado en el sofá.

No obstante, Nashira terminó por acallar lo que sea que pensaba decirle.

Orión y ella volvieron a intercambiar una mirada mientras que el silencio denso de todas las incógnitas que comenzaban a invadir la cabeza de Meissa.

—¿Niños?, ¿qué pasa? —cuestionó, perdiendo la escasa paciencia que había conseguido mantener.

Orión y Nashira volvieron a intercambiar una mirada entre ellos antes de que su hija se atreviera a romper el silencio en el que se había sumido el silencio una vez más.

Yin. El bien dentro del malDove le storie prendono vita. Scoprilo ora