IXXX| El error de bajar la guardia

58 2 9
                                    




29

El error de bajar la guardia





La negrura incierta y escalofriante había sido su única compañía durante no sabía cuánto tiempo.

Los ruidos a su alrededor acabaron siendo silenciados por algo o alguien. En ese momento no le importaba. Solo era capaz de escuchar su acelerado corazón y el sonido que hacía al inhalar y exhalar aire con rapidez. Notaba las piernas entumecidas y los brazos agarrotados del agotamiento de haber estado mucho tiempo en la misma postura.

Un río de sudor descendía por su rostro, recorriendo su cuello, clavícula y terminando el camino a través de su espalda, la misma que sentía como si le hubiesen propinado varios golpes en ella. No estaba muy segura de si era algo real u otro juego de su mente.

Intentó estirarse, pero notó algo metálico y frío que se lo impedía. El terror de saber que estaba enjaulada de nuevo invadió cada célula de su cuerpo, dejando que la ansiedad comenzará a carcomerla cada vez un poco más.

Solo era capaz de reconocer el calor familiar que se desprendía en el ambiente.

A pesar del miedo, la sensación de estar en casa logró calmarla un poco, incluso estando encerrada, sin poder escuchar nada y no saber a dónde la llevaban.

La jaula en la que se encontraba no dejaba de moverse bruscamente de vez en cuando, habiendo momentos donde se golpeaba por no estar atenta y, también el ser capaz de percibir un suave susurro que no tardaba en desaparecer, dejándola de nuevo en ese silencio que parecía infinito.

Acercó las rodillas a su pecho, rodeandolas con los brazos y apoyó la cabeza sobre ellas. Cerró los ojos con fuerza, desesperada por conciliar el sueño o despertar por fin de la pesadilla en la que se encontraba.

Lo primero lo logró y lo segundo no sucedió.

La bruma del sueño fue desvaneciéndose. Fayna parpadeó un par de veces, apareciendo en su campo de visión una cabellera rojiza junto a una mirada castaña que desprendía un cariño demasiado familiar. Sintió que unos dedos alargados acariciaban su pelo con delicadeza y como una voz melodiosa, que no tardó en reconocer como la de su madre se hacía escuchar por encima del ruido, cantándole una nana en un suave murmullo.

Entonces, unos labios cálidos se posaron sobre su frente, dejando un pequeño beso.

Al separarse, todas las emociones que había sentido al tener a su madre tan cerca y tangible desaparecieron, siendo sustituidas por un único sentimiento: el vacío.

Fayna se removió de nuevo, abriendo los ojos de golpe. Siendo consciente poco a poco de los sonidos que la rodeaban y que no reconocía. Una voz grave resonó por encima del resto, destilando una autoridad que imponía frente a una más aguda e infantil, que temblaba al hablar.

—¿Cuánto tiempo tengo que esperar? —escupió la voz grave.

—P-poco —tartamudeó la aguda.

—No puede haber errores —volvió hablar la grave, haciendo una pausa entre frase y frase—. Sabes perfectamente las consecuencias que te ocurrirán si los hay.

Fue capaz de oír un pequeño sollozo antes de que alguien sorbiera por la nariz. Unos pasos pesados empezaron a resonar sobre su alrededor, mientras que parecía dar vueltas alrededor suya. Un nuevo escalofrío la recorrió por completo, poniéndose los pelos de punta. Cada vez que los escuchaba cerca, se movía todo lo que podía al lado contrario hasta que en una de esas veces se clavó algo entre los omoplatos.

Yin. El bien dentro del malWhere stories live. Discover now