XXIV| No apagues tus sentimientos

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No apagues tus sentimientos

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No apagues tus sentimientos

El sol iluminaba el valle. La hierba estaba húmeda y brillaba gracias a las gotas del rocío. El cielo de la mañana era de un bonito azul claro y apenas había nubes alrededor. Fayna oía como el suelo crujía al caminar, mientras seguía subiendo por la mágica colina.

Ese lugar sagrado e inquietante que había terminado por convertirse en su lugar de escape.

Siguió caminando en compañía del silencio y la soledad hasta que volvió a encontrarse en el centro del círculo que formaban las doce piedras, en frente del gran y hosco árbol.

Fue ralentizando el paso cuanto más cerca estaba de su destino.

Notaba que la punta de los dedos le hormigueaban por la imperiosa e inexplicable necesidad de recorrer los recovecos y las líneas que conformaban el tronco del árbol.

No fue hasta que estuvo delante del árbol sagrado de Yruene que apartó la mirada de sus manos. Alzó con cautela la mano derecha, donde tenía la marca de la llama en su muñeca, sintiendo palpitante esa zona al acercarla más a las letras que estaban talladas en él.

Lentamente dibujó el relieve de la madera, notando como la magia que reinaba en ese lugar invadía su cuerpo con ese simple y sutil roce.

La familiaridad que aquello le transmitía la descuadraba, aunque, en lugar de asustarla, la impulsaba a recorrer con más ímpetu cada una de las grietas que se abrían paso a través de la madera junto al nombre tallado sobre ella.

Cuando se quedó satisfecha, en lugar de marcharse, anduvo hacia la primera piedra a su derecha. Se posicionó frente a ella, al igual que hizo con el árbol, y, menos insegura que la primera vez, recorrió el nombre tallado sobre la superficie plana y grisácea, sin ser capaz de reconocer su procedencia.

Ni siquiera estaba segura de si sería capaz de pronunciarlo bien.

Repitió el mismo proceso con las otras siete piedras hasta que al acabar ante la octava se fijó que encima de «Tamati» había otra palabra.

Se acercó aún más y entrecerró los ojos, intentando descubrir lo que significaban esas cinco letras juntas...

—F...a...y —leyó en voz alta—. Fay... na.

Su nombre estaba tallado en esa piedra.

Junto a «Fayna» había varios signos más que no conseguía comprender, pero tampoco le dio demasiado importancia. No era capaz de salir de la sorpresa de que alguien, porque no podía ser ella, compartieran el mismo nombre.

No siguió avanzando.

Recorrió incluso con más ahínco las líneas de su nombre, sintiendo como cada vez que lo hacía el calor en su interior aclamaba más y el tacto sobre la superficie dura comenzaba a ser cálido, en lugar de frío al contrario de lo que había ocurrido con las otras.

Yin. El bien dentro del malWhere stories live. Discover now