XXVI | La consecuencia del cambio

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XXVI| La consecuencia del cambio


Los días transcurrieron con tranquilidad, hasta que el lunes volvió, dándole la bienvenida a una nueva semana.

El cielo todavía estaba teñido en tonalidades naranjas cuando Fayna dormía. El sol se iba alzando con lentitud tras el avance de las horas, sus rayos colándose a través de las cortinas lilas que decoraban su habitación.

La madera del suelo crujió bajo su peso, mientras él seguía andando con cuidado de no despertarla. Cerró la puerta detrás de él antes de entrar del todo a la habitación.

Se fijó en la pequeña figura que se encontraba hecha una ovilla a un lado de la cama. Mechones blancos estaban desparramados sobre la almohada oscura y su rostro que, hasta hacía unas horas, todavía cuando era de noche se contorsionaba por las pesadillas, ahora estaba relajado.

La ligera brisa que se colaba por su ventana lograba que el olor característico que desprendía la ctónic le dará de bruces en el rostro.

Orión inhaló con profundidad, detectando que era mucho más intenso de lo normal.

Tenía la sensación de que el olor estaba más concentrado, al igual que detectó un segundo aroma que no tardó en reconocer como el propio de los espectros.

Sin embargo, sabía que Nashira llevaba sin visitar a Fayna desde hacía tres días.

Desde el momento en que su madre le había borrado la memoria y había estado inmersa en un sueño profundo desde entonces, encerrada en su habitación.

Clavó la mirada de nuevo en Fayna, inspeccionando cada sección de su rostro, del cuerpo que dejaba ver por encima de las sábanas y de la cama en general. Se percató de que la manta violeta estaba hecha un bola en el suelo, debido a los movimientos inquietos cuando sufría una pesadilla.

Volvió a pasear los ojos a lo largo de ella, fijándose en la delgada figura y en lo débil y apagada que parecía en esos momentos.

A pesar de la distancia, era capaz de escuchar su corazón acelerado a diferencia de la superficial respiración.

No entendía cómo era eso posible, pero tampoco podía permitirse perder el tiempo en ello.

Entonces, Fayna comenzó a moverse sobre sí misma con agresividad antes de que el primer grito, igual de desgarrador que la primera vez que la escuchó. Aunque seguía sin ser capaz de acostumbrarse. No creía que fuera capaz de hacerlo nunca. Observó que Fayna cerraba los ojos con fuerza y hundía el rostro en la almohada, retorciéndose de algo que había terminado por llamar dolor.

Orión tardó menos de dos zancadas en acortar la distancia que había entre los dos.

Se sentó en el colchón con precaución de no alterarla más ni asustarla por el movimiento. Tragó saliva con fuerza, posando una de sus manos sobre la frente sudorosa de ella. Fayna estaba ardiendo. No de una manera que pudiera interpretarse de forma metafórica, estaba ardiendo, literalmente.

La sensación que experimentaba en el centro de su palma, que estaba en contacto directo con su piel, era abrasador.

Al igual que si él fuera un cubito de hielo que se derretía frente al sol de julio.

Al final, Orión se vio obligado a retirarla cuando no fue capaz de soportarlo más. Aún así, no se apartó de su lado. Se limitó a pensar en una solución para poder conseguir que aquel fuego que parecía consumirla, pudiera apagarlo.

Las mejillas de Fayna estaban sonrojadas y un rastro de sudor recorría todo su rostro, descendiendo por el cuello y clavícula hasta desaparecer por el valle de sus pechos. Orión apartó abruptamente la mirada de esa zona y se marchó al baño.

Yin. El bien dentro del malWhere stories live. Discover now