XXIII | Consecuencias de arder

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Consecuencias de arder

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Consecuencias de arder


La noche volvió a rodearla en silencio, la oscuridad reinando en su habitación y la negrura siendo su única compañía.

A pesar de poder escuchar suaves murmullos provenientes de la planta baja, Fayna no salió de su habitación.

No quería ver ni estar cerca de nadie. Tampoco era capaz de mirar a alguien a la cara sin sentirse el peor monstruo alguna vez existido en Adar.

Por su culpa habían exiliado a su madre al peor de los infiernos, uno que había conocido de primera mano y que, aunque intentaba no hacerlo, siempre terminaba por recrearse en su cabeza los horrores tan tenebrosos y escalofriantes que debería de estar pasando allí por su culpa.

Lo sola que debía sentirse.

El nudo en la base de su garganta se afianzó con fuerza ante el pensamiento mientras que los retortijones de su estómago se hacían cada vez más intensos e insoportables, obligándola a doblarse sobre sí misma, hundiendo el rostro en la almohada para ahogar los gritos que se escapaban de manera involuntaria de sus labios.

Hacía menos de tres días, Leo se lo había advertido.

Sin embargo, pensando que era otra de sus tantas mentiras, no le creyó.

Debió hacerlo.

Porque ahora estaba pagando las consecuencias de ello.

—¿Sabes por qué los ctónics no sentimos? ¿Por qué no queremos sentir? —le preguntó, mientras subían por la pequeña colina que los conducía a la cima donde se encontrada el gran y sagrado árbol de Yruene.

Las piedras seguían con el mismo aura mágico del primera día. El cielo anaranjado debido al atardecer solo conseguía acentuar ese ambiente de que estaban en un mundo paralelo a su pequeño pueblo.

Fayna negó con la cabeza, sin entender bien porqué le estaba haciendo esa pregunta.

Sintió como el nudo en su estómago volvía a afianzarse con fuerza dentro de ella.

Sucedía cada vez que pensaba en su madre.

Sin previo aviso, Leo frenó en secó y rodeó su muñeca, con sorprendente suavidad, girándola ligeramente para dejar a la vista la pequeña marca en forma de llama que la decoraba.

Recorrió con las yemas de sus dedos cada una de las líneas, consiguiendo que le azotara un escalofrío a lo largo de toda la columna vertebral.

—Porque aquí —dijo, colocando su mano sobre el lado izquierdo del pecho, notando bajo la tela de la ropa su corazón latiendo con ferocidad y la calidez que emanaba a través de la ropa—, al igual que está formado de carne y hueso, también hay lava en su interior. Y sabes lo que sucede cuando calentamos algo con fuego, ¿no? ¿Qué ocurre cuando lo tocas?

Yin. El bien dentro del malWhere stories live. Discover now