𝐸𝑡𝑒́𝑟𝑒𝑜||❝─Significa sutil, intangible y de alguna manera... perfecto.❞
─Todo el mundo conocía la trágica y oscura historia de los Ryūnosuke, pero nadie parece conocer la de la última sobreviviente de ellos, Ryūnosuke Nyoko, aspirante a héroe...
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Cuando Nyoko conoció al niño de cabellos blancos y con ojos tan azules como el mar, le pareció una situación surrealista y sacada de película; algo que nunca contempló a sus ocho años de vida viviendo confinada en una habitación del orfanato tras el despertar de Haienā.
La palabra «hermano» sonaba extraña dentro de su mente, y no porque se molestara al ver que alguien ocuparía el lugar de la difunta copia de su madre en versión masculina. Simplemente, a Nyoko le intrigaba porque hacía muchos años que no tenía un hermano; y ni siquiera se había hecho la idea de que podría tenerlo de nuevo desde que se convirtió en huérfana. No desde la muerte de su padre, no desde el accidente desatando su nuevo poder, no desde que Kazutora...
Para Nyoko, las relaciones que involucraran la definición de «familia», habían sido un desastre. Y más que un desastre, siempre terminaban en una catástrofe.
Pero Atsushi era diferente.
Y en el momento en que se conocieron saliendo de aquellas imponentes puertas que la mantuvieron viviendo en un infierno, Nyoko enumeró con sus dedos tres cosas que le llamaron demasiado la atención.
Primero, ese niño albino le había dado la impresión de ser alguien muy tímido, incluso más que ella porque no se alejaba de las faldas del hombre sarcástico y de sonrisa extraña que la había adoptado en Nikko. A pesar de ser mayor que ella, sus manos no se despegaron de la camiseta del señor Osamu durante la mudanza a su nuevo hogar, ni siquiera con los quejidos del mayor pidiendo que lo soltara en lo que iba al baño. Atsushi no estaba para nada cómodo estando lejos de Osamu, y Nyoko mucho menos lo estaba al estar cerca de ese par de hombres que ahora eran su familia.
