CAPÍTULO 17: Estas Salao.

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Durante el camino a la montaña, Pablo les recordó que era necesario hacer una parada por un caserío cercano a la mina, ya que en unos de los inhóspitos ranchos tenían unas armas y municiones guardadas que debían de pasar recogiendo. Robert como siempre manejó desesperado, él se creía conductor de la fórmula uno, por lo cual ya todos estaban acostumbrados a su demente forma de conducir.

Al acercarse al caserío se divisaron a lo lejos pequeños y humildes ranchos que no contaban con servicios básicos como agua o luz; parecía el panorama de un pueblo abandonado de las películas del lejano oeste, en donde el viento suele hacer pequeños remolinos de tierra, con una brisa seca, árida y un sol inclemente, era como si la lluvia se hubiera olvidado de visitarlos durante un largo tiempo.

Al acercarse a la barraca escucharon unos gritos en la distancia y cuando terminaron de llegar a su destino, vieron a una joven delgada, de cabello largo, liso negro, senos pequeños, de piel clara, pero que se le notó oscura por la prolongada exposición al sol de la región, como de unos 15 años siendo arrastrada por dos hombres, quienes intentaban a la fuerza subirla a un vehículo. Todos bajaron de la camioneta rápidamente con armas en mano y les pidieron a los presentes que les explicaran lo que estaba sucediendo. Los dos hombres pusieron malas caras y gritaron que no se metieran en asuntos que no eran de ellos.

—Bueno, mano, pero ¿qué pasa? —exclamó Pedro, sacando un poco el pecho y frunciendo el ceño, con su pistola en mano. Los dos hombres se asustaron un poco.

—Ellos me la vendieron, yo me la estoy llevando, lo que pasa es que la carajita está haciendo un berrinche. —Respondió el más pequeño y obeso. A lo cual todos se quedaron impactados observándolos.

—¿Lo que está diciendo el pure (señor mayor)? ¿Es verdad? —volteó a ver a la pareja y preguntó Pedro. La pareja se quedó paralizada por la actitud del joven moreno con arma en mano, al igual que sus acompañantes, por lo cual no les quedó más remedio que admitir que sí.

—Ella es nuestra sobrina, pero no nos sirve para nada, ella no produce nada y nosotros ya tenemos bastante tiempo manteniéndola porque sus padres murieron, pero es una carga para nosotros, por eso se la estamos vendiendo a este hombre por 10 gramas de oro. —aseguró la pareja.

—Y ustedes le preguntaron a ella si quiere irse con esta gente? —cuestionó Pedro, interrumpiéndolos sin titubear.

—Ella no tiene nada que opinar, es solo una inútil, un estorbo, que ni cuerpo tiene para venderla en un burdel. —Respondió la mal encarada mujer con mirada desafiante hacia Pedro.

Pedro observa a la joven, hermosa de rostro y le pregunta:

—¿Tú te quieres ir con estos señores? —observó Pedro a la joven hermosa de rostro y le preguntó tiernamente, sin dejar de mirarla a los ojos, como intentando ver en ellos su dolor y sufrimiento.

—No, no por favor ayúdame, yo no me quiero ir con estos hombres, no los conozco —Entre lágrimas, con el rostro un poco rojo de la angustia y desesperación, suplicó la joven.

—Bueno, señores, lo lamento, pero esta chama no se quiere ir con ustedes —Apuntó Pedro serenamente sin dejar de mirar a los dos hombres.

—Bueno carajito, quien coño te crees tú?, yo pague por esta carajita y me la voy a llevar. —exclamó el pequeño hombre obeso, un poco fatigado por tener que levantar la voz para demostrar su hombría ante el joven.

—Tranquilo, señor, yo le voy a pagar su dinero —afirmó Pedro y Luis, se le acercó el hombre y le entregó una pequeña bolsa con las 10 gramas de oro.

—Si quiere lo pesa. —opinó Luis, alejándose de los dos hombres, con pistola en mano, sin darles la espalda.

—Bueno, señores, lo lamento, le estamos regresando su dinero y por favor me sueltan a la chama y se van por donde vinieron. —especificó Pablo apuntándolos con un fusil y moviendo la boca sin poder controlarla producto de la cocaína. Los dos hombres no tuvieron más remedio que subirse a su automóvil e irse dejando una estela de polvo a su pago.

Pedro CalleWhere stories live. Discover now