CAPÍTULO 22: La mercancía.

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Pedro bajó un rato a la mina con su combo, para constatar de que todo se encontrara bien en esa zona, pues con la bulla había una muchedumbre con las emociones en su máximo esplendor, por supuesto con la convicción y esperanza que la suerte y el oro estuvieran de su parte para que les cambiara la vida. Se pudieron avistar muchas mujeres, algunas de ellas ya haciendo transacciones sexuales con algunos mineros, ya que el mineral aurífero es el que movía toda la economía dentro del yacimiento, alimentando el ecosistema y generando fuente de ingresos para todos en diferentes rubros.

—Verga mano, pinga e calor, tan claros. —Añadió Luis, chupando con su boca una teta de mango (un helado).

—Verga si, hoy el catire (el Sol) está arrecho (molesto). —Aseguró Pedro, secándose el sudor en la frente.

Caminaron por toda la mina inspeccionando el alrededor, dirigiéndose al barranco en donde en la entrada del hueco se encontraba una enorme polea de madera, algo rudimentaria, con la que bajaban hasta el subsuelo a los mineros para que realizaran las labores de extracción del mineral de oro. Esta era una de las faenas más peligrosas, ya que muchos corrían el peligro de ser tapeados por la tierra, que cayera y colapsaran las pequeñas galerías, en las que tenían que realizar la extracción del mineral.

Sin contar que no era nada fácil estar a cientos de metros de profundidad dentro de esas galerías estrechas, húmedas y con poca ventilación, algunas personas tendían a desmayarse y sufrir una ataque de pánico o claustrofobia. Por eso era un trabajo bien pagado que hasta llegaban a realizar algunas mujeres, eso sí, con las bolas bien puestas.

Pedro y su grupo ya habían terminado de afinar los detalles del traslado de la droga, saldrían en la madrugada y se dirigirían por una trocha que los llevaría a la ciudad de San Félix, era trayecto más largo, incómodo, que se realizaba por caminos estrechos y de tierra, aptos para vehículos 4x4, pero por supuesto más seguro, ya que tenían parte de ese territorio tomado por su Tren, pero antes tenían que buscar la mercancía en casa de Juancito. Por eso decidieron bajar al pueblo con una camioneta y dos motos custodiando todo el panorama.

Juancito no había llegado de la capital aún, pero ya Juana, la señora de la limpieza, sabía que ellos irían a recoger ese encargo, por lo que al verlos en la puerta, salió corriendo a abrirles, muy afanada y algo nerviosa; claro, se comprende por qué es una doña un poco mayor, pero que ya conocía los negocios de su jefe y sabía perfectamente cuál era la vuelta que venían hacer sus sobrinos en este momento.

—Pasen mijos, aquí están las llaves, tienen hambre?, ¿quieren algo de tomar?. —Eso sí, Juana siempre estaba tratando que los amigos, familiares o conocidos de su jefe se sintieran cómodos.

—Tranquila, vieja, vamos rápidos. —Indicó Pedro, mirando a Luis de reojo y haciéndole una mueca con el rostro para que no se antojara de pedir nada de comida, ya que tenían el tiempo contado.

Robert se quedó en la entrada vigilando, junto con algunos hombres de Juancito, estos fuertemente armados. Los otros entraron sin hacer nada de ruido a la casa y se dirigieron al patio donde estaba la habitación de Juancito, Luis tomó las llaves y comenzó a averiguar cuál era la que abría la puerta, tardó un poco, pero al fin la encontró.

Entraron y encontraron 4 bolsos negros, Pablo los revisó detalladamente para constatar que se trataba de la droga y efectivamente todo estaba en perfectas condiciones. Tomaron los bolsos y salieron apresuradamente de allí. Se despidieron de Juana y montaron la mercancía en la maleta de la camioneta, Pedro y Luis se subieron en las motocicletas y emprendieron la huida a toda velocidad.

Robert tomó la ruta hacia la montaña y comenzó a conducir como alma que llevaba el diablo, mientras que Pedro iba adelante y Luis detrás del vehículo para custodiarlo, todos iban fuertemente armados y muy atentos para que nada se interfiera en su camino.

Al llegar a la base y guardaron los bolsos en un lugar seguro para tomarlos cuando tuvieran que irse, al cabo de un rato todos ya se encontraban un poco más relajados, tomando algo de café y se les acercó Blanca con una sonrisa de oreja a oreja.

—Les guarde almuerzo, quieren que se los sirva?. —Propuso Blanca, con una hermosa sonrisa.

—Claro Blanca, por favor. —Habló Luis, sin siquiera dejar opinar a los otros. Por lo cual todos se quedaron callados mirando a la joven que inmediatamente dio la espalda para buscar la comida.

—Coño vale tu to el tiempo. —Exclamó Pedro, con algo de molestia en su voz, frunciendo levemente el ceño.

—Verga mano, mala mia, pero me tienes de arriba para abajo y yo lo que tengo es hambre, ni me dejaste comer donde el tío Juancito siquiera. —cuestionó Luis, muerto de risa, porque sabía perfectamente que le estaba diciendo toda la verdad a su primo y que él estaba algo molesto por la situación.

—Sí, toy claro, fastidioso, pero sabes que esa chama ta loca, pendiente con ella. —Apuntó Pedro, con voz tajante.

Blanca regresó con varios platos, los arreglo en la mesa, luego se fue y regreso con unas ollas, vasos y comenzó a servirles la comida. Les indico que se tardó un poco porque se las calentó en el fogón, ya que estaba un poco fría.

—¿Mira chama, habla claro y eso no tiene veneno? Verdad?. —Preguntó Pablo, con una cara de pocos amigos y levantando un poco la cara. Blanca se sorprendió, sonrojo un poco y entristeció de vergüenza.

—Para nada, como se le ocurre, yo no soy loca. —murmuró Blanca.

Todos se quedaron callados, mirando detenidamente su aptitud, estudiándola y tratando de leer sus gestos y su mirada, escudriñando y buscando el mínimo detalle de falsedad. Pero no vieron nada, la joven hablaba y se expresaba con suma franqueza y honestidad en sus palabras.

—Bueno, no se diga más, yo le voy a meter, que sea lo que Dios quiera, quien tenga miedo a morir, que no nazca. —Contestó Robert con una pequeña sonrisa, dándole un bocado a la deliciosa comida.

Blanca se quedó mirando a Robert viéndolo comer, lo observó con cara de agrado, ya que él se notaba que estaba disfrutando de la comida.

—Verga mi niña, está buena. —Admitió Robert, asentando un poco la cabeza en señal de agrado, y todos soltaron una risa, y la joven se retiró.

—Bueno, mano igual, nosotros vamos a esperar un rato, por si mueres, tú sabes como es esto, tú te vas a sacrificar por nosotros. —Argumentó Luis, entre risas.

Observaron a Robert comer con tanto gusto, el olor que desprendía la comida era delicioso, por lo que no pudieron evitarlo y comenzaron a comer apresuradamente antes de que se les enfriara la comida.

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M.Garcia.


Pedro CalleWhere stories live. Discover now