3: La torre de los magos

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La luz del sol lastimó mis ojos cuando salimos de la habitación de Inanna que, vista por fuera parecía más una diminuta cabaña de adobe y madera, pulidos hasta verse presentables

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La luz del sol lastimó mis ojos cuando salimos de la habitación de Inanna que, vista por fuera parecía más una diminuta cabaña de adobe y madera, pulidos hasta verse presentables. Giré mi cabeza de un lado a otro buscando absorber cada detalle posible, esperando que al menos alguna cosa despertara algún recuerdo en mí, para ayudarme a no sentirme tan perdida y vulnerable.

Kaiya e Inanna se separaron de nosotros alegando que irían al comedor mientras señalaban un edificio hacia el sur de nuestra ubicación actual, el cual parecía una especie de salón de piedra y madera, también de un solo piso como parecían ser todos los de ese pequeño pueblito que parecía encerrado en el interior del bosque.

Pude ver una valla de largos cristales azules delimitando el lugar, así como un grupo de árboles de flores púrpuras que dejaban caer decenas de ellas al interior del pequeño pueblo, como una calmante lluvia que deseé con todas mis fuerzas poder tocar con mis dedos. Sin embargo, Alexander hizo girar mi cabeza al frente, haciéndome notar que, en mi intento por mirar todo lo que me rodeaba, había terminado por colgarme de sus brazos de forma poco segura.

—Lo... lo siento —tartamudeé, sonrojándome un poco y consiguiendo que él dibujara el inicio de una sonrisa que duró apenas un instante.

—Una civil no puede espiar el interior de una armada. Es más, una civil no tendría por qué estar aquí. Irás con Slifera para ayudarte con tus memorias y cuando te sientas mejor, irás con tu familia o con quien sea que esté esperándote fuera de aquí —dijo con seguridad, haciendo que una vibrante esperanza aleteara en mi pecho.

—¿De verdad? —pregunté, más aliviada de lo que había esperado, consiguiendo que el muchacho luciera repentinamente incómodo.

—Probablemente. No puedo asegurar que haya una familia esperando por ti, o siquiera alguien. La guerra le ha quitado demasiado a las personas —admitió, huyendo de mi mirada y fijándola en la torre de gastada pintura azul y negra que parecía esperar por nosotros.

Seguí la misma dirección, notando que parecía ser el único edificio de dos pisos del lugar, tratando de no pensar en cómo sus palabras habían matado mis esperanzas, cambiándolas por una sensación mucho peor que la que había sentido al despertar, al pensar en la palabra guerra.

Por un instante quise preguntar a qué se refería con eso, pero no me atreví, sintiendo que la respuesta solo empeoraría mi ánimo, y mantuve mi vista en la cada vez más cercana puerta de dos hojas, hecha con madera que antaño debía haber estado pintada de negro. Sebastian la abrió para nosotros, dejándome notar con el movimiento que un pendiente de cristal colgaba de una de sus orejas.

Nos recibió una habitación circular con una curiosa decoración, repleta de enredaderas y un sinfín de plantas cuyos nombres desconocía, que crecían en los límites de los grandes ventanales. Allí había también decenas de estantes con frascos y botellas, llenos de líquidos de lo más extraños, tanto brillantes como oscuros y opacos que parecían ser cenizas líquidas.

Guerra de Ensueño I: Princesa sin nombreWhere stories live. Discover now