Interludio I

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—¿Puedes explicarme una vez más por qué cuidar papeles es tan importante como para que los dos estemos aquí? —preguntó uno de los dos soldados en la habitación, mientras jugaba con un gesto aburrido a lanzar y atrapar una daga

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—¿Puedes explicarme una vez más por qué cuidar papeles es tan importante como para que los dos estemos aquí? —preguntó uno de los dos soldados en la habitación, mientras jugaba con un gesto aburrido a lanzar y atrapar una daga.

Su compañero dejó salir un suspiro algo fastidiado, pero se las arregló para sonreírle y asentir, gesto que Dante encontró reconfortante. Sabía que sin importar cuanto se metiera con Aarón, su compañero de las fuerzas especiales jamás perdería la paciencia. Había sido así desde que se habían conocido al inicio de su formación y a veces, solo lo molestaba para darse cuenta de que seguía siendo el mismo y que, pese a todo lo que sucedía en cada misión que hacían, esa parte de él no había cambiado.

—La familia noble a cargo de Zivawe hizo el favor de esconder los documentos de Phera, la hermana mayor de Hakém cuando, ya sabes, él perdió la cabeza, porque estaban seguros de que atacaría el castillo para recuperarlos. Las notas de sus experimentos mágicos y sus diarios tienen demasiada información de magia que no debe hacerse, pero como la familia regresará a Zujaj, es mejor llevar los documentos con ellos —explicó el muchacho por enésima vez. Consistente y directo, esperando que su compañero no se perdiera a la mitad de la explicación.

—Si son tan peligrosos y nadie va a usarlos, ¿por qué no solo los destruimos? —preguntó Dante de todos modos, algo fastidiado.

—No creo que sea posible. Sigue siendo información importante, al menos para la gente correcta —descartó Aarón.

Afuera hacia rato que había caído la noche, por lo que ambos apenas podían distinguir los rasgos del otro en la habitación donde debían vigilar los documentos mientras la caravana de la familia se preparaba para volver al día siguiente.

Dante chasqueó la lengua con desdén, perdiendo la paciencia como era costumbre y eso hizo reír a Aarón.

—Solo dime que necesitas dormir un rato porque algo sucedió en tu armada que no quieres contarle a nadie y estás hecho polvo —sugirió, sus ojos grises brillando con una chispa de burla.

—Como si necesitara que tú me hicieras un favor —replicó el soldado, enfurruñado debido a lo bien que Aarón parecía leerlo.

—Oh, vamos. He estado practicando —dijo Aarón con humor—. Es más, estoy limpio. Te lo dije, no traigo suspiro de medianoche —recordó con una pizca de orgullo en su voz.

—Lo cual es una pena porque me vendría de maravilla un poco ahora, no debería ser legal que quien me lo dio por primera vez solo lo deje y ya.

Aarón rio entre dientes, algo culpable.

—Lo sé, lo sé. Tienes razón, yo fui el primero en esto, pero sabes cómo de malo es para mí. Para nosotros. Ayudó ese año lleno de misiones para la corte...

—Diosa, esta conversación solo se hace peor. Si querías ponerme de malas, lo lograste. Vete a dormir, no quiero seguir escuchándote. Tu fingida actitud positiva me está dando dolor de cabeza.

—Dan... —intentó el muchacho, pero en ese momento un ruido en el exterior llamó la atención de ambos, haciéndolos detener su pelea y tomar sus armas, alertas.

La puerta se abrió con un golpe, pero la luz de las lunas no parecía querer entrar a la habitación, que permaneció sumergida en tinieblas. Ambos soldados levantaron las armas y, apenas oyó un ruido, Aarón lanzó una flecha, misma que terminó por clavarse en una de las paredes.

Siguieron alerta por varios minutos, pero era como si estuviesen solos. No había más ruidos, movimientos, respiraciones o crujidos y entonces, cuando estaban a punto de rendirse, las anormales tinieblas desaparecieron, dejándoles ver que estaban rodeados.

Pese a su rápida reacción y a que ninguno tardó más de cinco segundos en lanzar su primer arma, ambos terminaron con un cuchillo clavado en la espalda, cuyo objetivo no parecía ser precisamente el herirlos.

Paralizante, pensó Dante. Había tenido ya suficiente de esa maldita cosa.

Hizo lo posible por no dejar que los efectos ganaran. Era una sucia estrategia común y ambos habían sido entrenados para resistir, pero pese a la resistencia que mostraron pronto fue obvio que no solo luchaban contra sus enemigos y el paralizante: había algo más en el cuchillo.

Eso pasó a ser su menor preocupación al ver que parecían concentrar la ofensiva en su compañero, quien pese a seguir peleando, no tardó en caer, abatido por un cuchillo que se clavó en su pecho y les dio a los enemigos la apertura necesaria para que, a ese, siguieran al menos otras tres armas.

Dante cayó apenas unos segundos más tarde, víctima del misterioso veneno y un par de heridas en el costado, pues su cuerpo dejó de obedecerle con apenas una herida, mientras que el ardor que envolvía su cuerpo con aquella toxina amenazaba con arrebatarle la consciencia.

Quiso hacer algo, enviar una alerta o al menos gritar para llamar la atención de los soldados apostados en el exterior, pero no logró hacer otra cosa que ver cómo sus enemigos se llevaban la caja llena de documentos antes de que la oscuridad se lo tragara.

Guerra de Ensueño I: Princesa sin nombreWhere stories live. Discover now