9: Un matiz para la guerra

15 3 0
                                    

Alexander había tenido razón

Rất tiếc! Hình ảnh này không tuân theo hướng dẫn nội dung. Để tiếp tục đăng tải, vui lòng xóa hoặc tải lên một hình ảnh khác.

Alexander había tenido razón. Comenzaba a odiar los estudios de magia, pues el tiempo se había escurrido entre mis manos apenas comencé a aprender los primeros conceptos.

Ya que se trataba de un conjunto de reglas, tradiciones y, sobre todo, recetarios e ingredientes que mientras trataba desesperadamente de perfeccionar al menos una cosa, mi segundo mes de prueba estaba a punto de terminar sin que hubiese logrado ni una sola poción o fórmula, obviando por supuesto, que había sido incapaz de despertar mi magia a pesar de seguir todas y cada una de las instrucciones de Sebastian, cosa que, por supuesto, estaba volviéndome loca.

—Tienes que concentrarte, Nethy. Relájate o jamás podrás conectar con tu magia, ni siquiera con ayuda de la esfera de los elementos —pidió el mago por enésima vez en el día, comenzando a perder la paciencia, una que resultó no ser tan infinita como había creído al principio.

—Lo estoy intentando, pero mi periodo de prueba va a acabar, ¿puedes decirme cómo me calmo sabiendo eso? —repliqué, mis ojos fijos en la esfera de cristal de aproximadamente treinta centímetros de diámetro que se había convertido en mi más constante compañía los últimos veinticinco días.

—Entiendo que lo que te pido es difícil, pero no puedes culpar al periodo de prueba, Nethy. Tu actitud ha sido la misma desde el primer día. Demasiadas ansias y entusiasmo. No es malo —aclaró antes de que pudiera replicar—, pero sí ha hecho las cosas más complicadas. Estás tan desesperada por conseguir un avance que no dejas que tu magia se comunique contigo. Se supone que la esfera es para eso.

Gruñí, sintiéndome todavía más frustrada. Entendía sus palabras, había tratado de obedecer cada una de sus sugerencias, pero no me estaban llevando a ningún lado. Si acaso, hacían que me sintiera incluso más inútil. Incapaz de hacer algo que según Sebastian, era cosa de niños.

Dejé salir un suspiro, no queriendo presionar a Seb hasta un punto de no retorno. Tenía que calmarme, pero me resultaba imposible cuando luego de un mes, había terminado por encariñarme mucho más con la gente que vivía allí. No quería irme, quería ayudarlos, quedarme a su lado.

Intenté concentrarme nuevamente, vaciar mi mente y pensar en mi magia. Mis dedos se deslizaron por la superficie fría y pulida de la esfera, rogándole que escuchara mis plegarias, que me ayudara de algún modo, aunque sentía que era un poco inútil cuando ni siquiera tenía idea de la afinidad que podía tener.

De acuerdo a Seb, en Ziggdrall había seis magias básicas entre las cuales podría encontrar mi afinidad; las cuatro magias elementales: agua, fuego, tierra y aire; la magia de sanación de la Diosa, usualmente reservada para los Shërims y la magia del Dios, con la capacidad de hacerte transformar cualquier cosa en una diferente por el costo de tu sangre, cantidad que dependía del hechizo que quisieras hacer, conocida como Transición.

Obviamente mi apuesta era por cualquier magia elemental, pues no cumplía con las características físicas para ser una Shërim y según mi mentor, la última magia era especialmente extraña. De todos modos, una de cuatro, seguía siendo demasiado para tratar de concentrarme y decantarme por una.

Guerra de Ensueño I: Princesa sin nombreNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ