7: ¿Otro mundo?

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Dejé salir un suspiro apenas salimos de la habitación

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Dejé salir un suspiro apenas salimos de la habitación. Lo había conseguido. Al menos de momento nadie iba a echarme, siempre y cuando lograra aprender magia en dos meses, me recordé, sintiendo que la alegría se esfumaba demasiado rápido y sin querer, mis ojos viajaron hacia el cielo, mismo que se había tintado de un azul tan oscuro que casi parecía negro y en el cual, para mi sorpresa, no había una luna blanca, sino tres de ellas: la blanca que recordaba y dos lunas más pequeñas, una brillando en una especie de color rojo y una más en color verde.

Una exclamación de sorpresa o quizás de pánico —ni yo misma supe cuál— abandonó mi garganta haciendo que el soldado frente a mí se pusiera alerta al punto de desenvainar su espada y estar apuntando en todas direcciones con ella antes de que pudiera explicarle la situación.

Apenas notó que no había ningún enemigo cerca, la enorme espada apuntó su peligroso filo al suelo y Alexander me miró exigiendo una explicación.

—Es que... el cielo está... hay tres lunas en lugar de una —balbuceé, amedrentada con el arma y con la perspectiva de tener problemas con él una vez más. Sin embargo, Alexander miró al cielo y luego a mí, luciendo genuinamente extrañado.

—Solo las lunas. Eso siempre ha sido así, nue... Lilineth —se corrigió y supe que se esforzaba por tenerme paciencia e incluso, pude ver una chispa de preocupación en sus ojos. No lo culpaba, yo misma me sentía como una lunática en momentos como ese.

—Lo... lo siento, no lo recordaba —expliqué, dejando que mi mirada se perdiera en el cielo una vez más, admirando las apenas visibles estrellas que parecían perderse gracias al brillo de las tres lunas que esa noche parecían estar muy cerca de ser completamente visibles. Tras la sorpresa inicial, debía reconocer que eran hermosas.

Alexander pareció a punto de pedirme que avanzáramos, pero tras mirar mi rostro, sus ojos se desviaron también al cielo y se permitió admirar las estrellas conmigo al menos por un instante. No lo conocía mucho, pero me pareció que aquel era el primer acto de relajación personal que se había permitido en mucho tiempo.

—A veces me pregunto cómo habría sido la cuarta luna —murmuró luego de unos minutos, aunque no parecía estar hablando conmigo.

—¿Cuarta luna? ¿Son cuatro? —me sorprendí, mirando al cielo una vez más, tratando de encontrarla sin mucho éxito, hasta que Alexander puso sus manos en mis hombros, deteniéndome.

—Eran cuatro —corrigió—. Al menos eso dicen las leyendas, hasta que un soldado muy enamorado de una reina logró bajarle la cuarta luna, la luna de los magos y brujas, para que se casara con él.

—¿De verdad algo así sucedió? —cuestioné, girándome para mirarlo a los ojos, segura de que debía estarse burlando de mí, pero sus ojos color miel seguían perdidos en el cielo y él solo se encogió de hombros.

—Es lo que se dice, pero si sucedió, fue hace muchísimo tiempo. Quizás quinientos años. Me hubiera gustado verlo —admitió, sonriendo un poco. Una vez más tuve la sensación de que ese era el gesto más sincero que le había visto y que quizás, no era algo que yo debiese contemplar, por lo que regresé mi mirada al cielo.

Guerra de Ensueño I: Princesa sin nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora