Capítulo 13: La No rutina

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Paul escuchaba cómo Carmela gozaba con Gustav, cómo ella parecía haberle pedido al hombre que la empotrara contra una mesa o algo, porque algunas cosas caían.

Sabía que estaba enojadísima con él por no haber disuadido al Christopher, pero en verdad poco le importaba, ya que al menos había conseguido algo. La posibilidad de saber sobre su hijo.

Ya parecían estar acabando, ya que el caos disminuyó. Mariel se le acercó cruzada de brazos.

—Voy a tener que pedirle a Gustav que me dé así —jugó, a lo que Paul solo rió en silencio—. ¿Tú la haces gozar así?

El hombre se tocó la barba levemente crecida en un gesto de leve nerviosismo.

—Rara vez.

—Bueno, deberías volver a intentarlo.

—Hoy no.

Mariel arqueó una ceja.

—¿Problemas?

Paul ahogó una leve risa y asintió.

—Sí, tal vez. —Se encogió de hombros—. Pero así pasa. Está bien. No la he satisfecho en algo que me había pedido hacer.

—Te refieres a...

Rió.

—No, no. Es otro asunto.

Ella rió entre dientes.

—Paul —Carmela salía de la habitación con Gustav detrás—. Nos vamos.

Él asintió y se alejó con Gustav quien se acomodaba la corbata.

—Bueno, supongo que ya acabó la fiesta —dijo Mariel dejando caer sus brazos—. Quizá la próxima vez podemos unirnos Paul y yo.

Sin embargo, Carmela la miraba impasible. Su amiga había estado mucho tiempo conversando con su Adán.

—¿Qué haces?

—¿Qué?

—No te equivoques. Amo a Paul —sentenció—. Somos libres, sí, pero él es solo mío. Que te quede claro.

La mujer se fue altiva dejando a su amiga con la amarga sorpresa. Mariel no entendía por qué se ponía así. Estaba acostándose con su Adán y ella nunca le había reclamado. Resopló frunciendo el ceño, pero no le quedó otra opción que seguirla.


***

Christopher y Aria llegaron agotados a casa. No habían comido en la fiesta, al menos Christopher, así que le dejó saber a Aria que ya había mandado a preparar algo para que estuviera listo cuando llegaran.

Ella se acercó a la barra y vio los platos acercarse.

La leve sonrisa se le borró al ver lo que parecían ser. Parecían...

—Tienen una forma conocida.

—¡Camarones! —dijo Christopher, presentándolos con cierta emoción.

—Oh. —No pudo evitar arrugar un poco la cara, cosa que lo hizo reír.

A ella le gustaba su risa, los hoyuelos que se marcaban en sus mejillas. Se había percatado de lo fuerte que podía ser la risa de un chico en comparación con las de ellas, pero le gustaba. Proyectaba energía y vida. Por otro lado, no era que haya escuchado a muchos reír, de hecho, solo a él...

—Los mandé a hacer porque, la verdad, luego de probarlos bien, no son tan desagradables. —Le sonrió—. Deberías darles una segunda oportunidad. Anda. Mira que pedí que los apanara. Así empanizado y frito sabe muy bien. —Le ofreció uno acercándolo con su mano.

Eva: el proyectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora