Capítulo 34: Afuera del Heaven

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El floter avanzaba veloz por la vía magnética. Pasó sobre el bosque en el que Christopher se perdió, y él no pudo hacer más que apretar un poco la mano de Aria, ya que recordar todo ese caos le afectaba.

Pasaron sobre la ciudad. Karen observaba atenta, y era que ella solo estuvo poco tiempo ahí afuera. Pronto fue compatible con Mauro y pudo volver al Heaven, a sus amigas. Miró a chico, que lucía como una Eva, con los rizos y sus ojos celestes que le gustaron desde que los vio. Él observaba sorprendido, al igual que Tomas, pues nunca salieron más allá del Heaven.

Sin embargo, el recuerdo de que probablemente Carmela había llegado a estar con él, la atormentaba. Tragó saliva con dificultad y respiró hondo retirándole la vista.

Pasaron sobre la ciudad, que no difería mucho del Heaven, exceptuando los detalles dorados de los edificios, promociones sobre el Heaven que no veía allá, menos anuncios de ropas de diseñadoras y demás.

El floter se dirigió al centro comercial y se detuvo en una de las puertas. Aria decidió darle ese destino para luego pedir otro floter que los llevaría a su casa, así hacer que el floter que salió del Heaven solo tuviera ese lugar como último destino, en caso de que las guardianas revisaran el historial.

Bajaron con prisa y el aparato se fue de regreso al Heaven. Algunas mujeres vieron el floter dorado, pero no era nada nuevo, ya que a veces las Evas visitaban a familiares o querían algo de lo que se vendía ahí.

Por supuesto iban solas, sin Adanes, pero ahí estaban ellos, confundidos como Evas, aunque un tanto altas y hasta mal vestidas, según algunas. Felizmente casi nadie les prestaba atención.

—El floter de mi casa nos espera en el lado norte —avisó Aria.

Pero se detuvo al ver que los chicos estaban distraídos mirando los hologramas del falso cielo. Era como estar bajo el mar. Algunos peces coloridos nadaban sobre ellos, y los seguían con la vista. Medusas, mantarrayas, hasta que vieron salir una ballena de un costado y Chris la señaló, yendo tras ella seguido por los otros.

Aria se sobó la frente y suspiró, pero luego lo observó con calma y sonrió con ternura. Andrea de igual forma, pero Karen estaba en una encrucijada. Nunca vio a Mauro con ese brillo en los ojos.


Christopher bebía un batido, este estaba en capas de colores con bolitas de tapioca en el fondo. La máquina los daba gratis y ya iba por el segundo. Tomas tenía un pastel con forma de pez como los del cielo falso, relleno de dulce de fresas, y Mauro llevaba un helado cuya mitad era negra y la otra blanca.

—Sabe a piña —dijo con emoción.

—Pero si es negro —se burló Tomas, y le dio una mordida a su pan con forma de pez.

Christopher solo iba concentrado en agarrar las bolitas de tapioca con el sorbete.

Las chicas iban detrás de ellos. Al final les habían dejado explorar, total, no sabían si iban a volver ahí, o si lo harían pronto. Ellos no eran tan libres después de todo, y las tres se iban dando cuenta a su ritmo.

Andrea pensó en su papá. En cuántas veces solo ella salió a las tiendas con su mamá, dejándolo a él en casa. En cuántas veces su mamá ni siquiera le preguntó si quería ir, o a dónde. Incluso cuando ella misma nunca le había pedido su opinión en nada.

Karen, de igual forma, empezó a ver que Mauro se divertía, no era tan silencioso como su papá, quizá por tener amigos, y que ella nunca se preguntó si su papá sonreiría más de tener esas experiencias.

Su padre era un hombre serio y callado, cariñoso con ella, pero nunca intentó siquiera darle un consejo. Ella tampoco se lo pidió nunca. Todo siempre era con su mamá.

Eva: el proyectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora