Capítulo 31: Los ganadores

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Christopher observaba la máquina horneando, en tiempo récord, unas cuantas galletas. Iba a pintar la escultura que Aria había tallado hábilmente, y quería llevarle algo para que comiera mientras tanto. Le gustó cómo quedó. Se notaba que llevaba desde siempre esculpiendo. Al menos figuras de animales.

Sonrió al recordar que nuevamente tuvieron intimidad durante la noche, y se enorgullecía de sí mismo por haber durado más, por haberla hecho gozar más tiempo.

Ah, sí soy bueno en esto —se había jactado con el ego chocando el techo alto, y Aria había soltado a reír.

Claro que luego subió sobre él para besarlo y darle la razón. Eso también le hizo sentir muy bien.

—¿También buscando comida? —saludó Mauro.

Rió entre dientes. Quizá estaban nerviosos, total, era el día. El final, cuando el Edén vería sus trabajos y calificaría a los mejores.

Subió con prisa siendo seguido por la bandeja decorada con bordes dorados. Aria le sonrió al verlo volver y tomó una galleta tibia luego de que el objeto se posara sobre una mesa de un costado.

—Bueno. Este material va a tomar el color que tenga tu lápiz —le explicó.

Tomó el lápiz, que era como un palillo de plástico translucido. Desplegó la paleta de colores virtual y tocó un color con la punta. El palillo se tornó de ese tono y Christopher sonrió al ver que era exactamente igual a los que usaba para pintar en el Edén y cuando estuvo donde Andrea.

Aria tocó una porción de la superficie de la escultura, por el ala del ave que alzaba vuelo, y esta tomó el color del lápiz.

—¿Ves? Es fácil. Puedes hacer vaciado de pintura, o trazar como si fuera un lápiz algunos detalles. Tú decides.

Él la miraba de forma profunda, recordando que la había dibujado cuando estuvo lejos de ella. Dibujaba lo que pertenecía a sus sueños, lo que no tenía, pero añoraba. Ahora, sin embargo, ya la tenía con él nuevamente, y se sentía muy bien. Tenía a sus amigos cerca, además.

Aria se ruborizó apenas al perderse en su mirada azul, pero sonrió y se aclaró la garganta, haciendo que él reaccionara.

—Sí. Es fácil. Déjamelo a mí, lo haré lucir lo mejor que pueda —aseguró con mucho ánimo.

—Confío en el buen gusto del señor pescado seco —jugó haciéndolo reír.


Christopher se concentró primero en los colores base de cada parte del ave para luego pasar a dar detalles. Detalles de las plumas, los ojos, el pico, las tonalidades que recordaba, haciendo que tornara entre verde oscuro y azul. Era como la que veía en el dron, pero masterizada. No pensó que fuese a poder, sin embargo, ahí estaba.

Se detuvo un segundo al recordar a su mamá pintando. Volteaba a mirarlo jugar en un suave piso especial para él, le sonreía con mucho amor, y continuaba con lo suyo. A su mamá le gustaba pintar, así que él no iba a dejar de hacerlo de ahora en adelante, por ella.

Sonrió con cierta tristeza.


Se concentró tanto, que el tiempo voló. Ni siquiera tuvo hambre de almuerzo, con las galletas bastó y sobró. Por primera vez se sentaba a hacer una de las cosas que más le gustaba, y al hacerlo, una parte de su corazón despertaba.

Nunca se detuvo a pensar que el no hacer su arte había creado un cascarón en una parte de su ser. ¿Así se sentía cuando te olvidabas de hacer lo que amabas? ¿Cuando, por cosas de la vida, ya no te daba el tiempo de seguir?

Eva: el proyectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora