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Layla

En casa, a la única persona a la que le cuento lo que me pasó es a mi hermana. Es mi mejor amiga por más que se nos ocurra pelear a diario por la más mínima cosa. Por eso acudo a ella en cuanto veo que la motocicleta de Santiago se aleja en la oscuridad de la madrugada y entro a casa.

Mis padres están tomando y compartiendo —o a lo mejor peleando— sentados en la mesa de afuera. Ambos me saludan cuando paso y pregunto por Jhoali, recibiendo la respuesta de que está usando la PC en la sala. Y como evidencia de ello, está usando Facebook, pero jugando a un mini-juego llamado Graal Online Era.

—Tengo algo que contarte —le digo, sin rodeos.

—¿Qué cosa? —dice sin mirarme—. ¿Me vas a decir que te encontraste con alguno de los chicos lindos que estudian contigo y abusaste de la confianza de nuestros padres y te fuiste a pasear con él y quieres contarme?

Me quedo sin palabras.

Es vidente.

Tiene que serlo.

Al notar mi silencio, pone el juego en pausa y voltea a verme.

—¿La tiré a pegar? —dice sorprendida. Yo asiento—. Dios, ven aquí.

Se levanta y me arrastra a nuestra habitación.

Una de las cosas que siempre he odiado de ella es que se da cuenta de todo por más que uno no quiera contarlo. Jhoali es esa clase de chica que es callada y observadora. Aquí la carismática, rebelde, y a veces amargada, soy yo.

Le cuento todo desde el inicio. Ella no me juzga, más bien comparte la felicidad que tengo encima. Es una de mis —pocas— cosas que agradan de ella.

Nos quedamos hablando un rato después de eso imaginando la vida con un chico de verdad. Y la expectativa está muy lejos de ser realidad.

Regreso a clases / Segundo Momento.

Llegamos tarde.

¡ODIO LLEGAR TARDE!

Puntualidad es mi segundo nombre al igual que el de mi papá. Por esa razón odio cuando mi mamá nunca se apura cuando debe de apurarse y me hace llegar tarde a mi primera clase. Jhoali sí que corre con suerte porque ella entraba más temprano que yo.

Envidia man.

Coincido.

Me quedo en la cancha esperando a que suene el timbre del receso, y poco a poco van llegando nuevos estudiantes y los de mi curso, se juntan conmigo. Pero me siento como un extraterrestre porque hablan cosas de su primer año ahí o lo que hicieron juntos en Navidad y Año Nuevo. Hasta que llega Daniel y se sienta a mi lado.

—¿Qué sucede? —pregunta.

Hola, Layla. ¿Cómo estás? —digo imitando su voz—. Oh, bien Daniel. Muchas gracias. ¿Y tú? Bien, gracias por preguntar.

No sé por qué, pero me gusta burlarme de este chico en todas su facetas.

—Sí, sí. Ahora sé que estás bien —dice, cortante—. Ahora quiero saber qué pasa.

Lo miro como si se le hubiese salido otra cabeza.

—No me pasa nada, cerebrito. Estoy bien, ya lo dije.

Creo que eso bastó para que cuando llegara Rafael se fuera a hablar con él.

Tal vez fuiste un poco borde.

Ni hablar. No me gusta que se metan en mi vida.

Entonces... Layla 1
                     Daniel 0

Oh, cállate.

Paola le enseña sus uñas cortas a Valentina (si no lo había mencionado antes es una chica que acabo de conocer) y la segunda se impacta.

—¿Qué les pasó? —pregunta con horror.

Paola esconde su mano y responde:

—Acabé con ellas ayer. Me dió ansiedad.

No la culpo. Lo mío es peor que solo comer uñas. Aunque, antes de que se dignen a asesinarme, mi sistema de ansiedad y depresión viene con sucesos más adelante. Así que no puedo contar nada, je, je.

Para matarte. ¡Ya había puesto la palomitas en el microondas!

Decido cerrar la ventanilla de mi cerebro en dónde mi conciencia habita.

Qué insensible.

Un chico de ojos marrones llegando al color miel, tez blanca y sonrisa con una clase de aparato dental muy lejos de parecerse a los brackets, llega y se planta frente a mí. Paola y Valentina notan su presencia y saludan.

—¡Hola, Thomas! —dice la primera—. Feliz año nuevo.

—Hola... Igual para ti.

Paola intenta darle un abrazo pero el tal Thomas lo evita dándole un simple choque de mejillas para confundir un beso. Valentina también lo saluda y luego se gira hacia mí.

—Hola... ¿Layla, no? —dice Thomas—. Lo siento, soy muy malo para memorizar nombres.

Extiende una mano hacia mí.

—Sí, soy Layla. Tú eres Thomas —tomo su mano y le doy un leve apretón para luego soltarlo. La mano le suda, por Dios—. Mucho gusto.

—S-sí. So-soy Thom-Thomas.

Está nervioso.

Oh
no.

Otra presencia atrás de Thomas llama mi atención y logra sacarme una sonrisa con su aparición un poco repentina. Cuándo me mira le digo con la mirada que por favor me saque de ahí.

Thomas no es un chico que vengo conociendo ahorita, lunes dieciocho de enero, no. Es un chico que durante todo la primera temporada de clases estuvo viéndome fijamente cada que hacía exposiciones o leía la tarea de castellano frente a toda la clase. Y sé lo que eso significa, y si quiero evitar que ese sentimiento se intensifique se vaya, tengo que alejarme de él.

No me gusta. Y duele. Pero es así, y no hay nada peor —o por lo menos para mí— que no corresponderle los sentimientos a alguien.

Oh, Dios. ¡Exagerada! ¡No te ha dicho nada!

Puedo verlo en su mirada.

O puede que tal vez sí esté exagerando.

—Layla, ¿puedes venir un momento conmigo? —pide Santiago y se lo agradezco con el alma.

Me levanto de la grada en la que estoy sentada y me voy con él a... No sé, caminar por los pasillos de la escuela, tal vez.

En efecto, él se dirige al pasillo que da al comedor.

—¿Damisela en apuros? —pregunta burlón.

—Ja, ja. —Le busco la gracia, pero no la encuentro, y Santiago nota eso en mi sarcástica risa—. No. Sólo... Creo que a ese chico, Thomas...

—Le gustas —termina por mí—. En efecto. Eres buena resolviendo esa clase de misterios.

Yo no quería a ninguno de los dos para hacer real mi romance adolescente. Y cuando estuve enamorada de ti y tú te fuiste, me di cuenta que tal vez no debí dejar de hablarte o no hablarte sólo por orgullo a que tú lo hicieras primero.
Fue tiempo perdido, cariño.

Belleza OscuraOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz